Thursday, September 28, 2006

Ñu Orleans

TEMIÉNDOME MUCHO que Washington fuera tan aburrido como Boston, decidí hacer algo más interesante: New Orleáns. Como el billete empezaba a rondar, morena, los $280 comprendí que la única forma de sacar adelante el viaje iba a ser con alojamiento gratuito. Sí, es posible. Me apunté a un club internacional de alojamiento y me puse a mandar unos ochenta mensajes cortados todos por el mismo patrón (siendo todos hijos del mismo copy-paste), esto es: “soy un español to majo, si me alojas en tu casa te paseo al perro, te riego las plantas y te invito a una cena”.

He obtenido dos invitaciones: una rusa de 55 años me invita a Miami, donde puedo dar paseos en bici por Cayo Vizcaíno. La otra invitación viene de New Orleáns, y a día de hoy aún ando pensándome si comprar el billete para allá o no. Éste es el mensaje de acogida de Nick (debajo la traducción que hace Edmundo.es del texto, a modo de orientación):

Sure man. Come on down. But I gotta forewarn you, my place is ONE room and at this moment the only furniture I have is my bed, so you'll be sleeping on the floor. But it is a clean floor. And you are more than welcome to it for your trip to New Orleans.

But I don't have a dog, or houseplants. But we could always chill and smoke a joint. I don't really drink alot any more, but maybe a few beers would not hurt. I work during the week from 8-5. So if you want me to show you around town it would be best if you came on the weekend. But if you want to come down during the week that's cool too. But you'll have to entertain yourself. Oh, and let me know when you are planning on coming cause I think I have some guests from Mexico coming sometime in October. Take care mate, and let me know if you decide to visit.

Nick

...o lo que es casi lo mismo:

Hombre seguro. Venga sobre abajo. Pero tengo que prevenir que usted, mi lugar es UN espacio (cuarto) y en este momento los únicos muebles que tengo es mi cama, entonces usted dormirá en el suelo. Pero esto es un piso limpio. Y usted es más que bienvenidos a ello para su viaje a Nueva Orleans.

Pero no tengo un perro, o plantas de interior. Pero nosotros siempre podríamos enfriar y fumar una unión. Realmente no bebo alot más, pero tal vez unas cervezas no dolerían. Trabajo durante la semana de 8-5. Tan si usted quiere que yo le muestre alrededor de la ciudad sería lo mejor si usted viniera durante el fin de semana. Pero si usted quiere bajar durante la semana esto es chulo(fresco) también. Pero usted tendrá que entretenerse. Ah, y avisado mí cuando usted piensa venir la causa pienso que tengo algunos invitados de México que viene algún día en octubre. Tenga cuidado el compañero, y avíseme si usted decide visitar.

Nick


¿Me la juego?

Tuesday, September 26, 2006

[el que tira del carro] [como ayer raúl]

ENTRE LAS muchas cosas agradables y biodegradables que me han sucedido este fin de semana, me quedo con lo del carrito.

Estando Wendoline insoportable, dado que se ha dado cuenta de que lleva ochocientas lunas sin pillar cacho, salí de casa muy ufano por el sólo hecho de salir de casa. Lo de la Güendo no viene al caso para la historia pero necesitaba decirlo. Luego también he explotado con Maryline, pero sólo porque rima con la susodicha.

Será que estaba tan feliz por respirar aire libre o poco intoxicado de estupidez humana que me fui paseando a una estación más allá de la habitual, razón por la que… ¡¡¡joder, que he quedado con Maryline en media hora y estoy como a 16 estaciones de metro!!! Como viene siendo habitual, echando hostias por los pasillos del metro.

Recupero unos minutos valiosísimos al meterme in extremis en el tren. Me sé de alguno que no habría entrado por el hueco por el que he entrado yo… En Canal Street, transbordo a la línea 6. Si el metro llega en cinco minutos, puedo estar con la francesa en unos muy dignos diez minutos tarde. Y sí, estamos de suerte. El metro llega inusualmente pronto. Igual llego antes que ella, qué cosas.

Desde aquí lo recuerdo todo a cámara lenta. El conductor del tren viene farfullando, recordaba algo desagradable que le dijo su mujer al despedirle. Una anciana se levanta con dificultades de los asientos de madera. A su lado, más lenta aún, una chica de color coge a su niño con el brazo izquierdo. Mientras, maneja con el derecho el carrito para el bebé. Yo subo al tren mirando la pantalla de mi móvil. Son las 14:12, he quedado a las dos y media, voy de lujo. Anda, si el vagón viene vacío: perfecto, así me siento a mis anchas y descanso de la carrera que me he dado para llegar aquí. Pero me detengo: la chica de color me dice algo: “Heyyy, ¿sabes si este tren llega hasta Times Square…?” Mientras pienso una respuesta, la negrita decide que sí e introduce el carrito. Ella pasa después. Justo en ese momento me doy cuenta de que no: la línea verde no llega hasta allí. “Nooooou, tieeeeeneeees que cogeeeeuuuerr la líneaaa amauuurillaaaaa” (el recuerdo aquí es más intenso aún en cámara lenta). Pero nadie en Manhattan comprende el subway por el color de las líneas: aquí todo son números o letras. Así que, muy lentamente, deletreo las letras de lo que yo entiendo por línea amarilla: ENE-QU-ERRE-UWE DOBLE.

Ahora todo va a toda hostia. La tía reacciona “¡coño no jodas!” y sale del vagón a trompicones. El carrito se queda dentro. Las puertas son dos compuertas llenas de pinchos afilados en una mala película de terror y golpean con fuerza tratando de cerrarse, machaconas. El carrito resiste como puede, inocente, y tiene la ayuda de la madre que trata de frenar las puertas con el otro brazo, y del chico blanco que tiene dos manos pero que no es superman y tiene el carrito obstaculizándole la maniobra. Poco a poco, el carrito va perdiendo su batalla, está más dentro que fuera, el bebé llora, la madre se desespera y yo no tengo fuerza suficiente para poder con las puertas. Querría ser de fuerte como hulk hogan pero solo soy de fuerte como david garcia y veo cómo, por fin, las puertas se cierran y el tren comienza a avanzar, la madre corriendo a su lado, le enseño mi número de móvil a la negra por la ventana, qué gilipollez, ni que fuera a memorizarlo en plan Rain Man, me hace un gesto de no entender, no es un ángel de Charly, le explico en el lenguaje universal de mis manos que la espero en la próxima estación. Todo ha pasado en unos pocos segundos. Yo estoy dentro de un vagón de metro de Manhattan con un carrito de bebé. Tengo tanta pinta de ser padre como Alejo Sauras en Los Serrano. Un sigh enorme. Miro mi estampa. Soy un niño con una mochila y un carrito sin relleno.

Vale. Tienes un minuto para pensar con claridad. ¿Qué haría en esta situación alguien como el Superagente 086? Lo más sensato es parar en la siguiente estación y esperar a la chica. Eso hago. Y si no aparece, les dejo el carrito a los tíos de la estación. Maryline me mata. La espera en el andén se me hace eterna. Un músico callejero canta Here comes the sun, la canción de George Harrison, y me pone de buen humor, me río por mi desdicha. ¿Se va a creer la gabacha toda esta historia?

El siguiente tren llega muy lleno. Y la negrita no está. Esta tía es gilipollas. ¿Qué hago? Nuevo timing: tienes 15 segundos para decidir qué hacer. Decido entrar en el vagón y ganar así otro minuto para pensar con claridad. Ya estoy dentro. ¿Pero por qué me he metido? Yo soy gilipollas. Todo el vagón me está mirando. Normal. Y lo que ven es un chico perdido, podría tener 29 años por la barba de 10 días pero seguro que tiene sólo 24. Lleva un carrito de bebé vacío, pfff, qué desastre, seguro que ha olvidado al crío en la estación anterior. Deberían capar a este tipo de personas. Y no les culpo porque piensen eso. Yo a lo mío, trato de concentrarme. La chica llevaba un bolso en el carrito, busco información, un teléfono, un notebook, algo, no hay nada, solo hay risquetos, la tía come risquetos. Joder con la negra. Qué hago, qué hago, qué hago. En mitad del trayecto hacia Bleecker, aparece otro chico, también negro. Debe de venir pidiendo, habla muy rápido y no le entiendo un mojón. Está nervioso. Mira, yo también lo estoy, le digo, si tú estás en problemas yo más: ¿qué crees que hago con un carrito de bebé en medio de un vagón del metro? Al tío se le ilumina la cara. Heeeeey, esto es lo que la chica negrita me pidió que buscara, me dice. Sí si si, ok, perfecto. Por una parte, no me lo creo, me van a quitar el problema de las manos. Por otra, ¿cómo sé que el tío está haciendo the right thing? No sé si darle el carrito. Para qué hostias va a querer un carrito? Confío en él; en la vida, si no confías en un tipo que viene sudando desde 5 vagones más atrás buscando un carrito de bebé, ¿en quién vas a confiar? Are you sure??? Así que tú se lo devuelves?

Sí, de verdad, me está esperando en canal street. Y no sé si abrazarle o pedirle que me firme el pedido. El tío desaparece y me quedo mirando por la ventana pensativo. Habré hecho yo lo correcto? Tras un rato pensando -ya ni me importa que me miren- vuelvo a mi sitio y miro al vacío. En él, me encuentro la mirada de dos chicas de unos cuarenta años. Las dos me sonríen y me asienten. Y dicen: “has hecho lo correcto. Te llevamos observando todo el rato. Eres un buen hombre.”. Sé que esta aventura no es como descubrir las cataratas del río Zambeze pero siento una especie de orgullo, alegría, alivio, unas ganas de llorar y de reír, la piel se me pone de gallina. Qué estupidez, pienso, mientras ellas siguen hablando: “Nos preguntábamos que haría un chico de tu edad con un carrito vacío… Ahora lo comprendemos todo”.

Yo, mientras, seguía sin comprender nada. No entendía aún muy bien qué es lo que pasa con las casualidades en la vida, con los trenes que coges o los que pierdes, las cosas que olvidas o simplemente abandonas de forma inconsciente. Maravillado por nada, he llegado 25 minutos tarde a mi cita con Maryline, ella con cara de “a ver qué me cuentas esta vez”. No he dicho gran cosa. Le he pedido perdón y he añadido: “Para qué contarte, no me ibas a creer…” Tal vez, simplemente, no me habría comprendido.

Diez minutos después, estábamos comiendo paella gratis en Central Park. Al lado, un músico menos subterráneo rasgaba unas notas en una guitarra. Y eran también “Here comes the sun”. Le he mirado y he creído que me reconocía. Aquí no he podido evitarlo y he echado una lágrima de chico de 29, furtiva, como cuando estás en tu primera cita en el cine y lloras cuando canta Penélope en volver… [siempre fui un sentimental]

[Little darling, it's been a long cold lonely winter... Little darling, it feels like years since it's been here...]

Monday, September 25, 2006

Boston






BOSTON es bonito.


Sí, Boston es muy bonito. Seguro que es algo más pero no he podido descubrir el qué. Por cierto, ¿qué hace Harvard en Boston? ¿Desde cuándo está allí? Yo me entero gracias al argentino con el que me encuentro en el bus, cuatro horitas de bus hasta Massachussets.

De hecho, primero conocí a la chica argentina, pero creo que ya no va a ser mi amiga anymore. Es que soy un poco bocazas. La chica tenía dos tetas que no las empuñaban ni las manos de Paul Pierce, escolta de los Boston Celtics. Si es que no podías mirar a otro lado. Dos puntos de fuga para una misma perspectiva. No era guapa ni fea, ni atractiva ni antilibido. Podías decir que había dos tetas y que estaban allí. Y podías decirlo porque era un escote inusual, poco hostil a las miradas. En la parada del bus para repostar gasolina hemos hablado de las VISAS. A ella se la han dado por diez años. Y ha añadido: “¡Debe de ser por el escote!” ¡Ha empezado ella! Sin embargo, no he podido evitarlo, las palabras han salido de mi boca: “¿Es que tramitaste la VISA hoy?” Tras fulminarme con su mirada, no ha vuelto a hablarme. Soy un bocazas, sí, pero me ha parecido que era raro llevar tanto escote en Boston, una ciudad tan fría. Whatever.

Sin amigos, rodeado de bostonianos, he conocido la ciudad en un tiempo record de nueve horas, y pido perdón al verbo conocer por usarlo así, tan a la ligera. En todo ese rato:

· Me he topado con un estudiante de historia y biología, ¿?, aficionado a la fotografía y amante de los periodistas, ¡¡¡!!! Y no, no me ha entrado. Y no, no le he entrado.
· Me he perdido por Cambridge en una avenida enorme y he tenido este extraño diálogo con una extraña pareja, también perdida:
Oye, chico, ¿sabes dónde está el Visitors Centre?
No, ¿sabéis vosotros dónde está la facultad de periodismo?
No.
¿Sois italianos?
No.
¿Lo eres tú, chico?
No.
Suerte.
Suerte.
· He sabido que no hay facultad de Periodismo en Harvard, solo hay un “program” de un año.
· He concluido que Harvard no viene de Hardware pero buen intento.
· He llegado a la calle más famosa de Boston, llamada Acorn Street (calle de la bellota). Es una calle preciosa, adoquinada, antigua, plena de nostalgia. Preciosa, sí. Tenemos catorce iguales en Ávila.
· He fotografiado un edificio enorme llamado el Prudencial Building, un nombre algo raro para un rascacielos, tal y como están las cosas.
· He caminado como en mi vida y me he encontrado el bar de Cheers, misma pregunta que para Harvard…
· He dado un dólar a un homeless, ya que le he preguntado dónde estaba el barrio italiano. Regla: si preguntas a un pobre, le pagas. Si no le sueltas tú, ya te lo recuerda él: “Hey, I’m a homeless, man”. Son las reglas.
· He pasado por la calle India, y me he acordado de mi amiga “radiadora”.
· He pasado delante de un memorial en honor a los judíos muertos en el holocausto. Sólo había números, parecía Matrix. Al principio no he comprendido. Luego me he emocionado al leer esto de Primo Levi: “Nothing belongs to us any more; they have taken away our clothes, our shoes, even our hair; if we speak, they will not listen to us, and if they listen, they will not understand. They will even take away our names. My number is 174517. I will carry the tattoo on my left arm until I die”.
· He encontrado en internet que otro tío como yo ha plantao la cita de Primo Levi (no confundir con Primo Dani) en su blog: lo atroz se vuelve historia, la historia se vuelve vulgar, ¿…?

He pensado por un rato y me he vuelto al bus, donde he dejado de pensar hasta que he llegado de nuevo a Nueva York. Aquí me he vuelto a sentir como en casa. He recordado Boston como esa ciudad tranquila, limpia, decente y europea: en cuanto a esos valores, es comparar a Dios con un gitano, pero me quedo con el gitano.

Friday, September 22, 2006

Ensayo

IR AL TRABAJO cada mañana en Nueva York parece igual de duro que en cualquier otra gran urbe. Carreteras colapsadas, trenes hasta arriba y caras de largas como el Empire State Building. El neoyorquino medio faena muy duro, o eso dice. “Trabajamos duro toda la semana para poder descansar el fin de semana”. “Eh, trabajo muy duro todos los días, merezco pasarlo bien la noche del sábado”. “Trabajo muy duro, ¿sabes?” Bueno, a mí no me mires, yo sólo pasaba por aquí.

Millones de commuters llegan a Manhattan cada día recorriendo las dos horas que les separan de sus trabajos por los diferentes puentes que unen la isla con Brooklyn y Queens, en otra isla, o con el Bronx, tierra firme. El que venga desde Staten Island ha de hacerlo en ferry. La maraña de líneas de metro que garabatean Manhattan por el subsuelo acomete su milagro de cada día. Parece imposible que esta ciudad pueda funcionar. Pero lo hace. En este mecanismo pluscuamperfecto unos segundos lo son todo. Por eso, la publicidad del MTA te dice que interrumpir las puertas de los trenes perjudica a todo el mundo.
Por eso, el revisor que controla el abrir y cerrar de puertas no dudará en decirle al tipo que interceptó el cierre con la punta del pie que el tren va a seguir su camino, con su pie dentro o sin él. Por eso, se me antoja, un reloj enorme preside el hall de Grand Central, el meollo de todo esto.

En todo esto iba pensando, así, pa poner un prologuillo, justo cuando he llegado, puntual, a mi cita con Maryline. Nueve de la mañana en el Lincoln Center. Todo este madrugón para escuchar en directo a la Filarmónica de Nueva York. ¿Qué hacen un español y una francesa venida a menos escuchando clásica a las nueve de la mañana? Ahorrar 60 dólares.

Pa entendernos, estos tíos se montan un ensayo por la mañana de lo que van a tocar por la noche. Lo llaman Reherseal (que suena muy guay pero que es ensayo en inglés) y te cobran 15 dólares por verlo. Como el Real Madrid en sus entrenamientos pero aquí no puedes gritar “¡gandules, borrachos, cocainómanos!”

Aún así, el espectáculo es de postín. Esto sí que es un reloj. Antes del ensayo, también ensayan el ensayo, y puedes notar que son buenos. Los tíos son muy buenos. En ese rato, por lo visto, se puede hablar. Así que Maryline y yo hablamos sobre estupideces varias y nos reímos en voz más o menos alta. Yo sobre todo. Es que soy español. El tío que está a nuestra izquierda nos mira fijamente. Está temiendo de verdad que le fastidiemos el ensayo con nuestra conversación gabacho-española. Es de esas personas
que dejan resbalar sus gafas por la nariz hasta que, en el último segundo, las recolocan con el dedo del medio, qué tensión de gente. Y te miran haciendo un escorzo con el ojo, porque claro, la lente está ya a la altura del omoplato. Que se te va a salir el ojo, compadre. No se sabe si trata de insultarte telepáticamente o simplemente te odia. Es divertido. Es decir, no querría tenerle delante el día que pida una hipoteca pero aquí, en la ópera, es un señor muy divertido. Se llama Seymour, creo.

Tic, tic, tic, el espectáculo comienza. Aparece el director, que ha estado ensayando en el camerino su contoneo de muñeca y todo el mundo se calla.

Qué emocionante, mi primer concierto de música clásica. Bueno, mi primer ensayo. Comienza con Weber. La pieza, hablando así entre entendidos, es guay, suenan mucho los violines y todo hace mucho ruido. Me concentro en la sinfonía y contemplo el movimiento de los violines. Es hermoso. Se parece al movimiento de los arqueros en el fragor de la batalla. Arman su brazo y lo dejan caer, espolvoreando por todo el auditorio ambrosía en clave de sol. Estoy disfrutándolo de verdad. La clase de música de primero de BUP dejó en mí un recuerdo indeleble. Cómo olvidar lo que es una cantata o un motete. El conciertete me está maravillando. Sigo concentrado. Entran los trombones. Qué gusto, qué arte, qué concentrado estoy. No sé en qué momento, me fijo en el tipo que está delante de mí, el del pelo canoso. Ahora suena un poco el arpa. Concentración. Lo que decía, el de delante con su pelo canoso. ¿Cuánta gente habrá en el auditorio con el pelo canoso? A ver… Me pongo a contar. Más o menos cuatro de cada nueve personas tiene el pelo cano. Es mucho. Miro hacia atrás. La gente está concentrada. Yo también. Los violines, ah, los violines. Son como arqueros en el fragor de la batalla. Y calvos, ¿cuántos calvos hay? Uno de cada seis. O cada siete. Sí, uno de cada siete. El resto son señoras teñidas. Sucedáneos de María Fernández de la Vega en neoyorquinas. Quizás sean también lesbianas, casi todas están solas o en parejas de dos mujeres. ¡Pumba! Qué arreón ha metido ahora el director! Bueno, mucha gente mayor, creo que soy el más joven. Pero estoy ahí.

El director de orquesta, de hecho, es calvo, pero él tiene una calva tipo director de orquesta, esto es: media luna de pelo en la parte de atrás con especie de melena casi llegando a los hombros, que agita sin parar a cada golpe de batuta. Espera, calla, silencio. ¿Ha acabao? ¿Aplaudo? Nadie aplaude. La peña sólo carraspea, tose, alguno se mea sin que los demás lo advirtamos. Nada, esto sigue y nadie ha aplaudido, a nadie le ha gustado Weber, bah, a mí creo que tampoco.

Definitivamente, uno de cada seis es calvo, no había contado al tipo que está a la izquierda del señor enfadado. Tiene unas buenas entradas: calvo. Pues se ha acabado Weber. Clap clap clap, ahora sí se aplaude, antes no, era lo que los entendidos llamamos una “pause”. Muy bien Weber ¿eh?

Venga, a ver qué pasa ahora. ¿Seguimos? ¿O hay que pedir “otra”? Estoy impaciente. Mahler, ahí viene Mahler. Éste me suena de algo. Gustav Mahler, sí, me acuerdo, un 8 saqué en el examen de Romanticismo. Ahora sí que voy a enterarme, vas a ver. Me gusta, suena bien este tío. Sólo me distraigo un poco pensando qué pasaría si uno de los violines no viniera un día, como un político en el Parlamento. ¿Cambiaría en algo la pieza? Pero me repongo. Los violines son prodigiosos. Cierro los ojos e imagino esta música en una película dramón. ¡Funciona! Acaba Mahler y yo le doy a él otro 8. Intermission, que es una canción de Offspring pero aquí también es el intermedio, también conocido como Intermezzo en nuestros círculos melómanos.



Una de egocentrismo.


Quiero apuntar mis valiosas impresiones pero no tengo boli, Maryline tampoco. Procedo a pedírselo a la señora de al lado, María Teresa Fernández de la Vega número 43. Ella se me adelanta y me habla primero. ¿Querrá un boli? No. Es de estas señoras que te habla como si te conociera de toda la vida, como si llevarais hablando de música clásica desde hace cuarenta años. “Es increíble”, me dice, “pensé que al ser un ensayo interrumpirían la función en repetidas ocasiones y, sin embargo, no han parado ni una sola vez. Estoy gratamente complacida con este reherseal”. La tía, qué directa, a eso lo llamo yo entrar a matar. No sé qué decir. ¿He de callarme y hablar cuando tenga una opinión igualmente interesante o, por el contrario, he de afirmar que coincido plenamente con ella? Así que asiento con la cabeza y pongo cara de sorpresa, en todos los ensayos a los que he ido hasta ahora jamás había pasado esto mismo.

La señora, casi una anciana, sigue hablando así que Maryline aprovecha para ir al “ladies room” (aquí no son restrooms, son ladies room. Vale). La mujer que está delante se une a la conversación con el típico “no he podido evitar escucharles”, frase con la que has de iniciar tu discurso cada vez que quieras entrometerte en una conversación ajena. “Disculpen, no he podido evitar escucharles pero creo que lo que usted dice es una soberana majadería”, oh, qué señor tan educado, ha dicho que no ha podido evitar escucharnos. Bueno, pues los tres nos ponemos a hablar de música. Yo soy como un árbitro de tenis, miro a cada lado y no digo nada. Cuando las dos se callan y me miran digo “Really???” o “Innnteresting”. Y ya les toca a ellas hablar otra vez.
Luego ha pasado algo raro. Fernández de la vega 43 ha querido echar a Fernández de la Vega 12 de la conversación y se ha puesto a hablar en español conmigo. Que tenía familia en Santander y que era suiza. No sé cómo hemos acabado con el dadaísmo. Ahí he aprovechado para preguntarle si sabe qué significa este cuadro del MOMA que es todo morado, pregunta que, a partir de ahora, haré a toda persona culta con la que me encuentre. Me ha respondido que a veces no hay por qué comprender el arte. La respuesta es de Perogrullo pero dicha en esa voz tenía su sabiduría. Seguiré rascando…

El señor que nos miraba con mala leche porque creía que le íbamos a dar el concierto, se ha quedado dormido, fue tanta la energía que derrochó en odiarnos… Un nuevo tic tic tic le despierta. Comienza Mozart. Con Mozart no hay quien se distraiga, ¡es un clásico! Uno de los buenos, como ir a ver a Ronaldinho al Camp Nou, moja fijo. Lo de Mozart es una Sinfonía, que debe de ser lo contrario a afonía, es decir, la enfermedad contraria a la señora de la derecha, que ahora no para de hablar.

Con Mozart hay muchos violines y el director se mueve más. De repente una tía nada gorda se pone a cantar y un par de lámparas en el techo se rompen en mil pedazos. Es lo que conocemos como una soprano. Muchos registros el tal Mozart. Pero con la soprano se me ha vuelto a ir el santo al cielo, he pensado en una idea para un guión, que no diré aquí, ya me han aconsejado sobre lo de contar en público ideas para guiones.

Al salir a la calle, María Teresa se nos ha pegado. Eso me pasa por decir Nice to meet you a desconocidos. Si es que les das el pie y se toman la mano. A la señora se le ha metido en la cabeza que queríamos conocer la Tower Records, tres manzanas más para allá, y nos ha dicho que, muy gustosamente, ella nos indicaba el camino. ¿Pero quién quiere ver la Tower Records? “Sí, sí, sígueme, young man”. Dadaísta. En el camino nos ha contado que fue a Cuba cuando era joven. Alguien le dijo que allí el primer día le darían la VISA. Dos años después, se la concedieron. Bonita historia. El mismo tiempo más tarde, llegamos a la Tower Records. En la planta de arriba es donde estaban los discos de Mahler. “Ah, vale, otro día venimos, ¡gracias!” Uff, pensé que nos iba a obligar a comprarlo. Debe de ser descendiente del bueno de Gustav. Al final, nos hemos despedido en la puerta. Ella ha empezado a rebuscar en su bolso. ¡Quería darme su tarjeta! Qué señora tan maja, de verdad. La tarjeta no ha aparecido, lo cual es un alivio pero el gesto ha sido para enmarcarlo. Por lo visto, también trabaja para el alcalde, tal vez era otra Fuchs, qué alteradas tienen las hormonas las señoras de esta familia, por dios. ¿Mahler-Fuchs? Definitivamente, De la Vega-Mahler-Fuchs. Y se ha ido por el mismo sitio por donde vinimos, camino del Auditorio, y se ha hecho muy pequeñita al cruzar Broadway, tanto que al final no la distinguía entre la gente por culpa de mi miopía… Conservemos este oído que me ha dado Dios.

Tuesday, September 19, 2006

Inside Man

ESTA REDACCIÓN se ha inundado de cartas que exigen saber más. Algo que nos deja un sabor agridulce. Si hablas de la diversidad cultural y del individualismo como identidad americana y tratas de desentrañar de qué va toda esta ciudad, coñazo. Ahora bien, dejas entrever que has pillao cacho y no veas cómo sube la audiencia. Cojamos una de las cientos de cartas que han colapsado la centralita:

Bueno, que me cuentes, anda, no te andes con rollos de 'esto no se lo contaré a nadie' porque no mola. A mí no puedes - Y probablemente has recibido 24 mails exigiendo lo mismo (no me importa, aceptamos copia y pega) hacerme esto. Quiero detalles. Si yo no se lo voy a decir a nadie, tontorrón. Lo mío es pa uso y disfrute de la pura exclusiva, ya sabes, por saber”.

El viejo truco de arremeter contra el viejo truco del “no sé lo contaré a nadie”. El viejo truco del “eso no vale”. Sí vale. Desgraciadamente, siempre vale. De hecho, mi silencio es una pequeña venganza contra todo aquel que dudó de mí y me hizo creer que me estaba convirtiendo poco menos que en mojigato (¿¡de dónde leches viene esta palabra!?).

Además, aunque quisiera, no podría decir “ni este orgasmo es mío”, el FBI me tiene monitorizado día y noche. Mister Big lleva un nuevo collar que hace bip cada cinco segundos. Y hay cucarachoides repartidas por toda la casa que transmiten señal de audio a la camioneta de granizados que hay aparcada detrás del callejón. Si cuento algo, no lo cuento.

Aún así, desde esta redacción quisiéramos puntualizar que:

Charo (Sharon en andalú) se gasta de un piso de flipar. En pleno Chelsea, un estudio que valoro en 3.000 machacantes al mes (he tratado de adoptar un lenguaje Marlowe pero creo que no me pega). La tía además se permite el lujo de contratar a unos pintores porque el blanco nuclear de hace tres años va desapareciendo.

Su puesto en la alcaldía no le impide ser una borracha social o no social. ¿Qué hostias haces bebiendo vino blanco un domingo por la tarde mientras lees Milan Kundera en la barra de un bar seudo español horriblemente iluminado?

Outside, mientras se fumaba un cigarro, me sacó la lengua. No, no se burló de mí. Ni se quitó una virutilla del piño izquierdo. Me sacó la lengua, como hacen las camaleones hembras en el Nacional Geographic. Yo diría que es lo mismo que hacer la cobra pero al contrario. O lo otro es la cobra y esto la zorra. O la cobra y la boa, no ta claro. (pa iniciados, cobra= movimiento negativo con contoneo de la hembra española cuando tratas de meterle el morro a las 8 de la mañana en el antro más antroide de tu ciudad).

Una foto de ella misma enseñando a Bloomberg un proyecto en Manhattan preside su mesita de noche. No kidding.

¿Parecidos razonables? Diana la de V. Lo de la lengua me dejó impactao.

¿Parecidos razonables II? Kathy Bates en Misery.

Fuchs theme. Sí, Diego, también yo pensé que lo de su apellido tenía gracia. Así que se lo dije. Respondió: “Here it goes… lo del apellido otra vez”. Bueno, y me explicó con cierto cabreo que no se pronuncia como fuck. Que es algo así como fiuks. Le pregunté si el alcalde lo decía bien y pareció que mejoraba su humor. Alguna tarde de intimidad habrán pasado comentando la jugada…

Fuchs, por cierto, es un apellido judío.

Charo
me reconoció en medio de su quinto vino que su cargo en el City Hall era de enjundia, palabra del castellano que ahora no sé si significa importancia o es un vegetal o tubérculo.

Sin tener por qué
establecer este modus operandi en lo sucesivo, diré que me fui de esa casa como entré: como un caballero.

Han tomado los estudios y neutralizan el programa. Hemos de dejarlo aquí.

Y vamos ya con la tradicional lectura que todos los años hacemos de la novela en pareja. Hoy, por ser el quinto aniversario de esta lectura, lo traduciremos al inglés:

Escritura creativa

¿Recordáis el libro "Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus"?
Un profesor de lengua inglesa que trabaja en una universidad americana nos ofrece este excelente ejemplo:
-Hoy vamos a experimentar -dice el profesor en clase- con una nueva forma llamada "historia en tándem".
El proceso es simple. Cada persona se emparejará con la persona que se sienta a su lado. Uno de ellos escribirá entonces el primer párrafo de una historia corta. Su compañero leerá ese primer párrafo y añadirá un segundo párrafo a la historia. Después, la primera persona añadirá el tercer párrafo y así sucesivamente. Recordad releer lo que se ha escrito cada vez para mantener la coherencia de la historia. Está absolutamente prohibido hablar; la única comunicación entre ambos miembros de la pareja la constituye lo que hay escrito en el papel. La historia termina cuando ambos estén de acuerdo en que lo ha hecho.

Esto que sigue lo presentaron dos de mis alumnos de lengua: Rebecca y Gary (no voy a poner sus apellidos)

HISTORIA:

(primer párrafo, por Rebecca)
"Al principio, Laurie no podía decidir qué tipo de té quería. La camomila, que solía ser su favorita para las perezosas tardes en casa, ahora le recordaba demasiado a Carl, quien una vez, en tiempos mejores, dijo que le gustaba la camomila. Pero necesitaba mantener a Carl fuera de su mente toda costa. Su posesividad era sofocante y, si pensaba demasiado en él, volvía a tener ataques de asma. Así que la camomila quedaba descartada".

(segundo párrafo, por Gary)
"Mientras tanto, el sargento Carl Harris, jefe del escuadrón de ataque en órbita sobre Skylon 4, tenía cosas más importantes en que pensar que las neuras de una cabeza hueca asmática con la que había pasado una sudorosa noche hacía más de un año. "Sargento Harris a Geoestación 17", dijo en su comunicador transgaláctico. "Órbita polar establecida. Por el momento, sin signos de resistencia..." Pero antes de que pudiera cortar, un rayo de partículas azulado surgió de la nada, haciendo un agujero en la bodega de su nave. La sacudida causada por el impacto le proyectó a través de la cabina".

(Rebecca)
Se golpeó en la cabeza y murió casi instantáneamente, no sin antes sentir un último remordimiento por haber tratado tan mal a la única mujer que había sentido algo por él. Poco más tarde, la Tierra cesó sus futiles hostilidades contra los pacíficos granjeros de Skylon 4. "El Congreso ha aprobado una ley para abolir permanentemente la guerra y los viajes espaciales", leyó Laurie una mañana en el periódico. La noticia la estimuló y aburrió a un tiempo. Miró por la ventana, soñando con su juventud, cuando los días pasaban lentos y despreocupados, sin periódicos que leer, ni televisión que la distrajera de esa sensación de asombro inocente ante todas las maravillas que descubría a su alrededor. "¿Por qué hemos de perder nuestra inocencia para convertirnos en mujeres?", se preguntó melancólicamente".

(Gary)
"¡No sospechaba que le quedaban menos de 10 segundos de vida!. A miles de kilómetros sobre la ciudad, la nave nodriza Anu'udriana lanzó el primero de sus misiles de fusión de litio. Los estúpidos pacifistas que hicieron que el Congreso aprobara el Tratado Unilateral de Desarme Aeroespacial habían convertido la Tierra en un blanco indefenso para los imperios hostiles alienígenas que habían determinado destruir la raza humana. Dos horas después de la aprobación del tratado, las naves Anu'udrianas se dirigían a la Tierra con suficiente armamento para pulverizar el planeta entero. Sin nadie que les detuviera, iniciaron de inmediato su diabólico plan. El misil de fusión de litio entró en la atmósfera sin oposición. El Presidente, en su cuartel general secreto submarino junto a la costa de Guam, sintió la tremenda explosión que desintegró a la pobre tonta de Laurie, junto con otros 85 millones de americanos. El Presidente dio un puñetazo en la mesa de conferencias. "¡No podemos consentir esto! ¡Voy a vetar el tratado! ¡Vamos a borrarlos de nuestro cielo!"

(Rebecca)
"Esto es absurdo. Me niego a continuar este simulacro de literatura. Mi compañero de escritura es un adolescente semi-analfabeto, violento chauvinista".

(Gary) "¿Ah, sí? Pues tú eres una neurótica aburrida y ególatra, cuyos intentos de escritura son el equivalente literario del Valium. "¡Oh! ¿Me tomaré un té de camomila? ¿O debería tomarme algún otro PUTO TÉ? Oh, no, sólo soy una descerebrada que ha leído demasiadas novelas de Danielle Steele."

(Rebecca) "Gilipollas".

(Gary) "Zorra".

(Rebecca) " ¡CABRÓN!"

(Gary) "Guarra".

(Rebecca) "¡QUE TE DEN POR EL CULO, NEANDERTHAL!"

(Gary) "Anda y tómate un té, puta".

(Profesor)
Un 10.¡ Me ha encantado!

Y ésta es la traducción…
Go drink some tea – whore.

Si has llegado hasta aquí es porque aún albergabas esperanzas de que contaría algo.
Pincha aquí, en este enlace lo cuento todo.

No pasó nada, la tía era la loca de Misery, ¿¿¿qué esperabas???

Y al que le guste leer pedantes artículos de ciudades, como a mí, una sugerencia de verdad:

www.elpais.es/articulo/viajes/angeles/perpetuo/movimiento/elpviavia/20060916elpviavje_10/Tes/

Monday, September 18, 2006

Caprichos

AYER NO me despertaba ni el perro. Tras haber dormido los últimos días una media de cuatro horas y media (marca personal del año), me di un capricho: doce horas del tirón. Soñé que marcaba un gol con la selección española. En el plano siguiente era un jugador de fútbol americano. El balón era Mister Big y se hacía pis en la cara de los jugadores del Tampa Bay. Luego me hacía pis yo. Tras eso me desperté y fui corriendo al baño. En él, Wendy se limpiaba el cutis con esmero.

Tres de la tarde. Sin poder ir a inglés, sin poder jugar a soccer por culpa de la lluvia y con los museos cerrando, pensé que lo más adecuado era seguir con lo de los caprichos. Así que me fui de tiendas. Así, la tarjeta de crédito y yo. No es que estuviera depre ni nada de eso. Es sólo que a veces te da por afilar tu economía y felicidad. Y eso hice.

Objetivo: objetivo. Lo primero era comprarse ese pedazo de zoom SIGMA 70-300. Octava Avenida a la altura de la 34. B&H, la tienda que me recomendó mi colega Pomar. Un store de judíos con los mejores precios de Nueva York (supposed). Qué majos, te los imaginas con su tiendita de lentes y camaritas antiguas, tratando de cogerle el ritmo al asunto de lo digital, adquiriendo poco a poco los últimos modelos para no quedarse rezagados en la carrera hacia el futuro. Ellos, con sus ricitos morenos… Bueno, pues la tienda de los judíos cabrones ocupa casi una manzana de las gordas. Pero qué ingenuo soy. Tienen un tío que te abre la puerta, tienen un tío que te etiqueta tu mochila. Tienen un tío para informarte de los objetivos y otro para las impresoras y otro para esto y otro para lo otro. ¡Tienen cuarenta tíos! Tienen mostradores donde pides –echando hostias- tu pedido y al instante el Zoom SIGMA 70-300 llega por una cinta corredera. El objetivo cae haciendo un cloc nada romántico, parece que vas a hacer con él unas horribles fotos para una compañía de cementos. Luego pagas en otro cajero y luego lo recoges en otro. Si Daguerre viera esto…

Cuando gastas un 70-300 la gente te respeta. Es cierto. Tu estatus pasa de pardillo aficionado a amante de la fotografía con posibilidades de profesionalismo. Si haces una foto a una tubería rota, el que pasa a tu lado se fija en la tubería y la mira con nueva curiosidad. Antes eras un idiota con pretensiones. Ahora también, pero te respetan. Y el respeto lo es todo en la vida. Por supuesto, el miedo es también mayor. Con un 70-300 puedes llegar a fotografiar el alma. Tal vez no el alma, pero sí llegas a las patas de gallo y a los granos pos-adolescente del cuello. Así que respeto pero temor. Una cámara es como una pistola. Dentro de poco habrá que tener licencia para llevar una encima. Al tiempo.

Todo esto pensaba mientras maltrataba la vida con mi zoom cuando…

Notas para un guión o “un algo” sacadas de un extracto de la realidad:

EXT. CALLE DE BROOKLYN. – DÍA

Un negrito con su mochila en la espalda pasa delante del objetivo de un fotógrafo. Los clics se repiten. Fuera del objetivo, una madre histérica.

“Hey hey hey what the hell are you doing???”

La madre trata de tapar al niño con una mano mientras con la otra amenaza al fotógrafo. El chico se queda congelado, parece él en sí mismo una foto. La tía amenaza con denunciarle. Justo en ese momento un coche de policía hace su aparición por una esquina. Lentamente, van recorriendo el barrio. La mujer duda. El fotógrafo sale de su parálisis y entra en acción ante el peligro inminente:

“Oiga, sólo estoy probando mi nuevo zoom, no quería molestarle a usted ni a su hijo”, y dice esto muy calmadamente mientras va reduciendo su zoom de 450 mm, guardando toda su focal, bajando a los 300mm, luego a los 200 mm. La acción de recogimiento del zoom tiene algo de raro.

“Usted es un pervertido!!!” le grita la mujer. El fotógrafo se da cuenta de sus propios movimientos y cambia la posición de la cámara.

“Mire, ya la borro, no quiero tener problemas”.

La señora salta como un resorte: “¡¡¡no la borres!!!”

El chico está perdido del todo.

Ella duda pero reacciona de nuevo: “Si la borras llamo a la policía”. Y se acerca al fotógrafo con miedo y llena de curiosidad. “Quiero ver la foto”, dice en una duda. El chico vacila pero, por supuesto, accede a su petición.

Chico y mujer miran la foto en la pantalla de la cámara mientras el niño juega con su yo-yo (o con lo que jueguen estos condenados críos yanquis).

“¡El niño sale borroso!”

El fotógrafo no es muy permeable a la crítica:

“Ya le he dicho que estoy probando mi nuevo zoom”

“Déjame ver el resto”



“No me gustan tus fotos. Casi todas están oscuras o borrosas. ¡Las cosas no salen como deberían!”

“Oiga ¿qué es usted, una entendida en la materia? Estoy haciendo pruebas con mi nuevo zoom. Además, no soy fotógrafo”.

CORTA A

Interior. Noche. Chico y señora fuman un cigarro en un salón lleno de fotografías.

Señora: “Así que tampoco eres escritor”.
Chico: “Tampoco”.

Silencio.

Señora, tras calada con pensamiento: “Sólo lo haces como excusa”.
Chico: “A qué te refieres”?
Señora: “De esta forma, no te involucras ni en lo uno ni lo otro. No hay crítica posible.
Chico: “Muy lista, si quieres te pago la sesión”.
Señora: “Por hoy no. Pero la siguiente sí te la cobraré”. Y sonríe.

La señora se levanta y comienza a ver las fotos del salón con cierto interés hasta que repara en una de ellas y ve algo que le sorprende.


Doscientos dólares después, he completado mis adquisiciones en el SoHo. Allí puedes comprar perfumes a mitad de precio, relojes, bolsos, budas, colgantes, horteradas del calibre 1, 2 y 3, Rolex, Trolex, droga, tes, hierbas, peces chinos, pescados vivos y la felicidad en una bolsita de tul. Pero yo, y si acaso, sé comprar ropa. Esta vez sin ayuda. Sólo, delante de mil camisetas, colores y combinaciones de colores. Así que me he ido a lo seguro. Y me he comprado este suéter con capucha en el que en el lado de la izquierda pone BROO y en el de la derecha KLYN. No es tan típico como el de New York, es cinco dólares más barato y además tiene capucha. Sí, lo sé, no tengo 16 años pa llevar capucha pero está lloviendo mucho.

Luego en QuickSilver he comprobado la erótica de las tarjetas de crédito. Al pagar una americana de 60 dólares, la cajera se ha quedado hipnotizada con mi VISA. Supongo que lo que importa no es la cantidad que pagas sino lo simbólico que tiene llevar una VISA encima: detrás puede haber un puñado de dólares o miles y miles de euros en una cuenta suiza. O tal vez sólo le ha gustado el diseño de la tarjetita, un cuidado y elegante dibujo de los toros de Guisando abulenses, todo un orgullo pagar con esa tarjeta en una tienda del SoHo. “Oooooooh, so nice…” Así que le explicado la procedencia celta de los toros, cómo la Península estaba ocupada por diferentes pueblos y… “mira bonito, la historia de los EEUU es muy joven pero no hace falta que me des la brasa con la tuya” me ha dicho en una sonrisa. Erótica del poder con eyaculación precoz.

Caprichosamente, he acabado el día en el Café Riazor, un bar que veo anunciado en repetidas ocasiones en los periódicos gratuitos de la city. Una publicidad horrible con la bandera española ha evocado en mi mente la imagen de los dos galleguitos emigrando en los años 60 para acá. Trabajando duro y sirviendo a neoyorkers todos los días para acabar estableciendo su pequeño imperio: un verdadero bar gallego en el corazón de Chelsea, uno de los barrios más pijos de Manhattan. Alvariños, pulpo a la gallega y música patria mientras hablas con Rosa y Eugenio, la pareja de gallegos, ya a sus setenta años, de cómo fue todo hasta llegar aquí.

Hoy es un mal día para los clichés. La realidad te demuestra que la música es Maná y otras lindezas sudamericanas. El encargado es tan poco gallego como pueda serlo una balalaika. La camarera se llama marta pero es chilena. Si fuera por la decoración, dirías que estás en una cantina mexicana. De hecho, en breve comienza a sonar el “Jalisco no te rajes”. La carta es española, sí, pero da pena ver cómo explican en inglés las tapas: el chorizo es “salchicha española”. Pero más pena dan los precios. Unas olivas son un lincoln (5 dólares). La tortillita, ese cacho que te dan en una gasolinera perdida en medio de la A-6 a La Coruña, 7,75$. A mi izquierda, dos pijústicas del barrio piden toda la carta.

Entre divertido y acojonao, preguntándome cómo serán mis pimientos del “Pisquiyo”, escribo notas en un papelucho. El encargao me vigila constantemente, ¿funcionará aún el viejo truco del representante de la guía Michelín? A mi derecha, una chica más interesada en mis notas que en su libro, toma vino blanco y trata de demostrar que habla español llamando constantemente a marta, la camarera. “Marta, ¿me deja un lapisero?” Me mira. Y anoto que me mira. Cuando pide el lápiz a la camarera, pierdo la ocasión de prestarle mi bolígrafo, pero aprovecho para apuntar esto también. Con lo que vuelve a mirarme de reojo. Por fin, da un trago y le echa cojones españoles. Me mira durante tres segundos en los que le da tiempo a sonreírme. Luego aparta la mirada. De niño encaprichado, paso a ser el capricho. Yo también le sonrío y le digo un “Hi” más bien timidillo. Ella vuelve al libro pero lee veinte veces la misma frase o al menos eso imagino yo. Y creo que es cierto. Al fin, toma una decisión, coge el bolígrafo que le ha dejado marta y saca una nota de su bolso. Escribe algo, lo mira y con una decisión que tiene algo de teatral me desliza la nota por la barra dejándola al lado de mi cerveza.

Ahí es cuando he tenido mis quince segundos de gloria. Warhol decía que eran quince minutos. Con quince segundos de divertimento, mirando la nota, saboreando la cerveza, preguntándome qué pondrá al otro lado de la tarjeta, he tenido más que suficiente. Al fin le he dado la vuelta para comprobar que en la nota ponía un lacónico y sensual: OUTSIDE. La chica ha cogido su tabaco y se ha ido afuera del Café. Le he vuelto a dar la vuelta a la tarjeta: “Sharon Fuchs, Directora de Proyectos del alcalde Michael Bloomberg”. ¿Puedo perder algo aparte de mi neoyorquina inocencia? Cojamos este Outside Train…

Tuesday, September 12, 2006

El Once Ése


Hoy [POR AYER] me he levantado a las nueve de la mañana. ¡Tan tan ta ran tan, tan tan tan tan tan tan tan! Para mí, una proeza. El madrugón (no es ironía) viene porque he comenzado con clases intensivas de inglés. Así que me he integrado a las rush hour como un neoyorquino más. Y he descubierto una luz diferente, ambiente diferente, ajetreo diferente. Un cierto silencio matutino, si me apuras, muy diferente del que percibo todos los días por la tarde. Luego ya, con el cien por cien de café en vena, he caído en que hoy se cumplen cinco años del atentado contra las Torres Gemelas. Hoy es el Once Ése.

Quizá, el periodista que duerme dentro de mí por las mañanas recordaba la efemérides. Por eso, a un nivel inconsciente, iba notando que algo diferente pasaba en cada corner (no confundir con saque de esquina). El tipo malhumorado y con barba que habita en mi interior hasta el mediodía, ése, ni se ha percatado del asunto. Hasta que he llegado a mi escuela. Allí ha sido la primera vez que he oído mencionar el Onze de Setembre americano. En la cola para pagar el curso de inglés. El paquistaní que estaba antes que yo tenía que rellenar la fecha así que le ha preguntado a la chica de recepción en qué día vivíamos. Entonces, esa mujer, entre enfadada y resignada, lo ha pronunciado:

“Nine Eleven…”

Coño. Claro. El Once Ese. El tipo lo ha apuntado mecánicamente y ha seguido con la siguiente casilla: ¿es usted terrorista o piensa cargarse a nuestro presidente durante su estancia? Los inmigrantes, supongo, bastante tienen con soportar su propio drama. En su país andan muriendo del orden de mil personas diarias por SIDA, malaria, peste, rubéola y sinusitis. Por decir algo: ni siquiera sé de qué muere la gente en otros países. Triste.

Al acabar la clase, he pensado que tenía que hacer algo realmente original para luego escribir sobre ello. Nada de 11-S y nada de Zona cero. Si acaso, un enfoque transversal, rompedor, algo que rasgue la bandera de los EEUU con una gran Z de Zeriodista. Me he comprado dos periódicos y he agarrao otros tres gratuitos. Con los cinco en mi mano, he cogido el primer tren que pasaba hacia el Downtown. Y he comenzado a hojearlos compulsivamente, tratando de recoger alguna pista, algún hito importante en Nueva York, hoy, 11 de septiembre, que evitara el paso por el arquetípico Ground Zero.

Para cuando he querido levantar la vista, el metro se me había largao a Brooklyn, muy lejos de los muertos, de sus vivos, de todo el mundo. Eran las 2 de la tarde y en el exterior sólo había un cementerio. Greenpoint. Lo he interpretado como una señal. Vamos pa fuera.

Greenpoint es un barrio muy cuco de Brooklyn. No parece que estés en Nueva York. Es un cementerio con barrio o al revés. He pensado que quizá dentro estuviera la verdadera historia del día, una familia que honra a su hijo muerto en el Silencio, muy lejos de los grandes actos en la Zona Cero o en Union Square. Y con éstas me he puesto a andar valla arriba buscando una entrada. Una milla naútica después, he comenzado a preguntarme cuánta gente habrá muerto buscando esta puerta.
Mi expedición ha acabado ahí. A mil zonas de la zona cero. Definitivamente, este cementerio no tiene entrada. Lo han llenado de muertos. Y lo han cerrado.

Pa qué mentir, he acabado en la Zona Cero. Vaya que sí. Y la verdad, era donde había que estar. Moteros con Harleys, Hare Chrisnas, Jesuitas, Bomberos, Policías, Veteranos de Guerra, políticos, periodistas, fotógrafos de verdad, fotógrafos de mentira, políticos de verdad… Periodistas de verdad… Y mi amiga Verónica, una chica de Guatemala que prepara un proyecto de memoria histórica sobre esta época que nos toca vivir. Verónica me ha enseñado un poco de todo y a la vez nada de nada: dice que le da un poco de repulsión todo esto. En EEUU también han tenido su propia comisión de investigación con sus oscuros detalles, sus teóricos de la conspiración… sus Pee Jays, supongo. Como en España con el 11-M, a escala más pequeñita. Y se enfadan y casi llegan a las manos, y ambas partes quieren lo mejor para el país, o eso dicen, y no pueden comprender el punto de vista del otro.

Entre otras muchas, se pudieron oír cosas como “fue un trabajo desde dentro”, “el gobierno lo sabía y no hizo nada”, “ama a Jesús, es el único camino para la paz”, “la paz es el camino”, “No olviden a los veteranos de guerra”. Solo faltaba Michael Moore.

Con tanta información, lo que queda es desinformación. Leer los periódicos estos días, las páginas de Internet, los blogs, la publicidad, oír a unos, a otros, hablarlo en clase de inglés, con tus amigos… es como esnifarte dos torres gemelas de once de septiembre. Harto estoy a la temprana hora de las tres de la tarde. Además, aquí hay mucho poli y voy sin pasaporte. Vámonos.

Me largo de la Zona cero y me voy a jugar mi pachanga. Pero no hay. Toni, el italiano gilipollas se ha encarado con un poli y han echado a todo el mundo fuera. Encararse con un poli, hoy. Qué descarado.

Sigh. Vuelvo a la zona cero. No quería ir. Toma dos tazas. Pienso en lo poco que me afecta todo esto a mí, así, personalmente. En lo nada que me afecta. Y pienso si de verdad a la gente, a la no afectada, le afecta. Una familia se junta alrededor de unas velas y unas fotos y recuerda quién fue Alice No- sé-quién, muerta en el piso 93. Un pobre y un turista cansado oyen lo que dicen. El resto pasa por delante girando un poco la cabeza, “vámonos hijo que estos familiares son unos muermos”. A nadie le importa quien fuera Alice No-sé-quién. Al menos no así, de forma individual. La gente prefiere los muertos en miles, que no baje de cientos. De otra forma, es sólo la rutina de cada día. El SIDA, la malaria, la sinusitis… Un muerto no aporta nada. Eso es el morbo.

La memoria de este día confunde a todo el mundo, también a mí. Vuelvo a casa confundido pero indiferente. Ya por la noche, encienden las luces que simbolizan las dos torres caídas en combate. Desde allí se decidían las directrices de medio mundo. Economía, política, humanidad. Pero se las cargaron. Tengo un sueño de cojones. Simbolismo vs dormir. Fotos para el recuerdo vs dormir. Uff. Me decido por el periodismo. Por el periodismo indiferente. Ale, por tercera vez a la Zona Cero, ¿estamos de coña o qué pasa?

Veinte fotos después, vuelvo a casa, donde George W. Bush está hablando con el mundo. Del tirón y sin anuncios. Se le respeta. Es un plano secuencia, como hizo Hitchcok en La Soga. Al Rey de nuestra República Española, el día de Navidad, (esto lo dijo el hermano de Bush no?) le van cambiando el plano. Para lo de hoy hay que ser mejor actor. Además, el tema ayuda. Aún así, y en esencia, ha contado lo que pone en los billetes de un dólar pero en forma de cuento. América para los americanos y el resto también. Lo de los billetes es más enrevesado: “in God we trust” y aquello de “Novas Ordo Seculorum”. Material para los teóricos de la conspiración.

Me pongo a contar onces y me voy quedando dormido. Qué día tan denso. Y tan largo. Creo, definitivamente, que me voy a enganchar al café. Y pienso en la única conclusión de verdad que he sacado en todo el día: los cafés americanos, cuando remueves el azúcar, hacen un ruido metálico que dice “legally”. “Legally, legally, legally”. Y si lo remueves más rápido, “relative”, que puede significar relativo pero también familiar. Ellos no lo saben porque remueven con palos de madera, palos chinos, pajitas, no remueven o echan azúcar líquido.

Remember remember, the eleventh of september… Z

Sunday, September 10, 2006

El burgo de Guillermo


WILLIAMSBURG, EL BARRIO en el que pernocto, es el paradigma de lo cool, palabra de la que estoy ya hasta el cool. Cuando llegas a Nueva York y dices que vives en Williamsburg, sólo oyes decir cosas como “oh, qué cool”, “eh, qué cool”, “uy qué cool”, o “hipsters”, “hippies”, “artistas”, “bohemios” y otras muchas que no entiendo.

Pero nadie te dice lo de la basura, lo de las ratas y las cucarachas. Y aquí puedes decir que hueles la mierda. Por supuesto, los habitantes de Williamsburg ligan y se reproducen y crecen, pero nadie se explica cómo. Puedes llevarte a una chica “to your place” pero es muy largo de explicar que las calles están llenas de basura debido a la incansable actividad artística de la peña. Mejor evitarlo. Hay mierda, más mierda, y después, la mierda. Si las ratas y las cucarachas van a heredar la tierra, en Williamsburg puedes ver cómo se cobran un anticipo. Puede que sea un barrio cool. Puede que sólo sea cool-ete.

Sin embargo, considero que los barrios hay que conocerlos. Si sales a la calle con un par de guantes y un litro de fairy (traducción = hada), y vas arrinconando la suciedad, comienzas a descubrir el encanto de este nuevo SoHo. Años ha, miles huyeron de South Houston, el barrio que les vio nacer como artistas. Tal vez no quisieron ver cómo le cambiaba la cara al concepto que ellos mismos habían creado. El SoHo comenzaba a parecer más un barrio de rich people que de hip people. Tal vez, simplemente, no podían permitirse las nuevas rentas de unos dueños ávidos de dinero. Los tiempos de Peggy Guggenheeim habían terminado. Hoy en día tú eres tu propio mecenas.

Williamsburg fue uno de los barrios elegidos por esta legión de Hipsters, término que no define nada y que aglutina tanta gente como gente se deja aglutinar por el término. Esto es, un europeo sin quehacer alguno y que se pasa la vida escribiendo para el aire es susceptible de ser considerado un hipster. Lo mismo su infumable casera, antigua DJ. Lo mismo el alemán que ha venido a estudiar fotografía en TriBeCa, nuevo compañero de piso de los anteriores. Por cierto, a día de hoy sólo sé de él que me roba la leche y que habla en sueños.

Con todo, Williamsburg también está cambiando. Los alquileres comienzan a escocer, lo mismo que pasara en el SoHo. Los actores que trabajan de bar-tenders o amasando donuts en factorías de Queens han de abandonar el barrio, incluso la ciudad. ¿Qué tiene el arte que atrae tanto el dinero? ¿Y qué tiene el dinero, que repele tanto al arte? En una ciudad con tantos cambios, Williamsburg es el paradigma del cambio. Dentro de nada, pocos hipsters podrán permitirse vivir aquí con su antiguo y caótico ritmo de vida. Entonces, los Judíos Hasidic herederán por completo la tierra prometida, y ya no tendrán a nadie a quien mirar por debajo del hombro.

Mientras, seudo-hipsters como yo disfrutamos de un barrio tan cool. Sí, ahora puedo decirlo y la palabra no me molesta en mi boca. El problema de los seres humanos, o al menos de los periodistas, es que nos creemos que podemos definir algo con una breve pasada. Definimos las personas, las películas, las trayectorias, las caseras y sus perros con excesiva irresponsabilidad. Por eso te gusta "Dos tontos muy tontos" el lunes, te cae cojonudamente bien tu casera un martes y desearías el miércoles que tu casera estuviera viendo la única copia de esa película mientras cae un meteorito sobre el cine. Primeras impresiones nunca fueron buenas. Como lo sé, porque sé que me equivoco como nadie, he decidido darle hasta cinco oportunidades a mi pequeño y guarro barrio. A la sexta, poco más o menos, ha ido la vencida. Williamsburg mola.

El esquema es sencillo. Mi casa limita al oeste con los judíos de barbotas y rizos a modo de cisterna. Al sur con la parte rica de Brooklyn, Bedford Stuyvesant, Carroll Gardens, etc. Al este con un barrio feísimo llamado Bushwick, probable emplazamiento de los futuros hipsters. Al norte está Queens. Y en medio, Bedford Avenue, Metropolitan, Broadway, Union y otras cuantas avenidas llenas de bares y sitios de interés. Entre esas calles, al igual que en Manhattan, cientos de calles en cuadrícula con nombre de número. O con número por nombre. Y en cada calle, una pandilla de ratas que nos cuida la basura.

Un buen tour guiado por Williamsburg podría ser el que viví hace dos días y hace dos noches:

Doce de la mañana. Me levanto. Multiactividad: preparo café, leo el mail, paseo al perro, me ducho, el café se ha salido de la cafetera. Bebo resto del café. En doce minutos estoy preparado para salir a la calle. Prioridad: comprar una tarjeta de teléfono prepago Virgin, muy acorde la marca con servidor (Host). En Wallgreen’s la venden con taxes, en la tienda de Broadway (Broadway Brooklyn) no te cobran los impuestos. ¿Por qué? Porque yes. De camino paso por Alfonso’s Groceries, tienda de comestibles regentada por Alfonso padre y Alfonso hijo abierta 24 horas al día. Dos maleducados. Mi padre hizo bien en rebautizar la tienda como Alfonso Grosery, good job daddy. Me tomo un Nesquik sabor a fresa. Alfonso hijo me cobra un dólar. Alfonso padre dólar y medio. No tengo tiempo para discutir.
Allí está 24 horas al día Tony Aguirre, un cubano de origen vasco que se ha mudado a Manhattan pero que echa tanto de menos el barrio que hace horas extras como persona en la esquina de Hooper con Broadway.
“¿Qué tal, Aguirre?”
“Eh amigo, cómo va eso. ¿Cómo te llamabas?”
“David. Ehhh…” Trato de adelantarme al ritual de cada día pero el tipo es rápido de cojones, Eléctrico II.
“David, David, muy bien, ¿y yo cómo me llamo?”
“Tony, Tony Aguirre”.
“Muy bien amigo. ¿Qué tal? ¿Has ido ya al Seaport?” (esta pregunta me la hace siempre que paso por ahí)
“Sí, eso es increíble, es precioso”. Y no sé cómo pero vuelvo a poner el maravillado tono de la primera vez. “Bueno, Aguirre, te dejo”, pero antes vuelvo a explicarle que el entrenador del Atleti se llama Aguirre y que le llaman el vasco, como a él.
“Muy buena esa historia, amigo, ¿cómo te llamabas?”
“David”.
“David, ¿y yo?”
“Tony, Tony Aguirre”. ”Muy bien, amigo”.
“Adiós”.
“Adiós amigo”.

No vuelvo a Alfonso’s. Pero volveré.

En Bedford Avenue hay tiendas interesantes. Está ésa en la que venden candelabros judíos y bicis de tercera mano que fueron robadas de segunda mano. Vaya, que la bici en sí puede tener 40 años. Le han dado pintura y la venden por 100 dólares. 100 dólares vale casi todo, de hecho. Fijo que si les das 2.000 dólares por todo el inventario no les vuelves a ver el pelo. Mi plan inicial era venderles mi bici unos días antes de volver a España. ¡¡¡A esos precios!!! Lo fastidioso del tema es que en unos días podré ver mi bici repintada en el expositor. Algún idiota la comprará por 200 dólares. Yo se la compré a mi amigo jordano por 125. Cambio, cambio, cambio.

Si avanzas un par de cuadras, está una librería de segunda mano preciosa. Es una Fnac en pequeñito: todo el mundo lee mientras suena la música. Y si encuentras el artículo más barato en otra tienda, te jodes. La diferencia es que aquí, como en toda librería de segunda mano que se precie, hay un gato. Un gato de ochocientas libras, o lo que al cambio sea un gato gordo gordo. Y está sentado encima de los libros de fotografía que más te interesan. ¿No podría estar cazando ratones? Los gatos de Williamsburg se han williamsburguesado, es la única explicación al tema ratas, toda vez que no se ven chinos por la zona.

Bedford está salpicado de restaurantes de comida sudamericana: La Bonita, Comida Criolla, etc. Yo me tomo un tamale y me voy para Manhattan: hay una pachanga que ganar.

A la vuelta, mi intención es coger un par de Leffe’s en el groceries rival de Alfonso’s pero Aguirre está al acecho. Han pasado 6 horas y el tipo sigue allí. ¿Morriña de tu barrio? Una leche. Te tienes montado un tinglao con Alfon que no veas.

“Tony, amigo, Tony, ¿cómo ha ido el día, sigues aquí, eh? Te dejo que tengo que pagar a mi casera la renta del mes y se me pone hecha una fiera. ¿Buen día no? Que la pases bien, Tony”. Ahí he estado rápido. El secreto consiste en atacar primero. Escollo salvado. Gracias, Starbucks.

La noche cae sobre el barrio. Si no hay calima, puedes ver un sol increíble en el lado oeste. Los rascacielos de la ciudad se vuelven borrosos, lejanos. Se hace confortable imaginarte en el barrio tomando unas cervezas. Quedo con esta chica que sólo conozco de un par de ratos. Es jueves y ella mañana no trabaja. ¿Yo? Tampoco. Williamsburg es otra cosa de noche. Las mismas caras y actitudes con un matiz más pardo. Veamos qué pasa entre Hipsters de verdad…

[No alarms and no surprises, no alarms and no surprisesNo alarms and no surprises, please]

Wednesday, September 06, 2006

Pick up

COMO TODO en Nueva York, jugar al fútbol es caro de cojones. Para jugar en una liga semi-oficial, has de empeñar la dentadura de tu abuela pero yo aquí no tengo. Comprar árbitros es prohibitivo -alquilarlos me refiero- y si encima has de darles propina al final del partido apaga y vámonos. Darle patadas a una piedra está grabado con un impuesto sobre el suelo.

Pero hay resquicios, campos urbanos salpicados por la ciudad donde a determinadas horas puedes echarte tu pachanga. Tu pick-up. Yo suelo jugar de 4 a 6 en el playground de Chinatown. Con lo que eso tiene de extravagante y divertido. Podría decir ahora aquello del crisol de culturas que a esa hora se juntan alrededor de un balón, esférica metáfora de este loco planeta que en versión diminuta se reúne en este barrio. Y no quedaría mal. Pero no, me referiré al crisol de gilipollas que se reúnen en la calle Chrystie al salir de sus trabajos como ilegales. Tienen tantas ganas de neutralizar sus anhelos en la Manzana que un europeo de regate exquisito es el blanco perfecto. Tengamos cuidado.

El paraje es pintoresco. Un campo de césped artificial no del todo malo con dos porterías importadas de Zimbabwe, con perdón para el fútbol de este país. La correspondiente valla que no impide que el balón acabe en los comercios chinos de alrededor. Y unos cuantos bancos alrededor del campo que hacen de grada improvisada.

El mecanismo es sencillo. Como no podía ser de otra forma, el rey de la pista. A los diez minutos debería acabar el partido y empieza a oírse lo de ¡¡¡last play, last play!!! En realidad, el partido no acaba hasta que un nuevo equipo invade el campo y obliga al anterior a largarse con viento fresco. El “last play” es solo intimidatorio. Lo que verdaderamente funciona es lo preventivo: te metes en el campo no sea que alguien meta otro gol y continúen jugando. ¿No suena un poco a historia de los EEUU?

Como dice mi hermana, Nueva York es un pueblo. En el pick up de Chinatown, ya nos conocemos todos. Si mañana en las noticias alguien ha robado el Chest Manhattan Bank, podré decir: con ése jugaba yo. Por ejemplo, está este chico de Honduras, llamado Honduras, que ha sido llamado a Cortes por la Inmigración americana. Fue enganchado hace un par de semanas por la Policía de Inmigración, una división de la Policía de Nueva York que está por encima del sistema (esto último no es cierto pero sonaba tan bien…). “Tienes que ir a Court”, le dijo inmigración. “¿Qué pasa si no voy?” “Con nosotros no vas a tener problemas. Si no te metes en líos, no vamos a ir a por ti. Eso sí, si tienes el mínimo problema con la justicia, te encontraremos y te devolveremos a tu país. Nuestra obligación es decirte que vayas a Court, simplemente, Habla con tu consulado”. Y eso hizo. El cónsul, por supuesto, le dijo que ni se acercara a los juzgados. Tiene toda una vida por delante. Sin delinquir, claro. Por eso, supongo, va a las pachangas a partir piernas, porque dentro del campo todo es legal.

Como en todo guetto, como en toda corte o religión, existen castas. Están aquellos que, bien por veteranía, bien porque han demostrado una trayectoria durante años en las pachangas, son conocidos por su nombre. Vicente es un gringo casado con una cubana que la toca bien (ya estamos…: la pelota). Parece un buen tipo y siempre se preocupa por mí. Jessie es colombiano y es un toro, un jugón. La gente comenta sus jugadas en las gradas. “¡Ese Jessie!” Toni es un italiano que no habla italiano y que se cree Walter Zenga. Es tan popular como mal portero. Es insufrible. Cada vez que juego con él me entran ganas de llamar a inmigración. Claro que es preferible tenerle a él de gollie que a la portera de Taiwán. Esta chica, llamémosla Xing, decidió un día que en su tiempo libre jugaría de portera en el soccer, descartando finalmente el paracaidismo. Pero se equivocó. Hay un ficus en mi salón que se mueve más que ella. No quise hacerlo pero el otro día le di un balonazo en las tetas. Tampoco quise la ovación de la grada pero tuve que consentir…

Y por encima de todos, Eto’o. El tío es clavao a Samuel y, a su nivel, tiene bastante más clase que el camerunés. Un misterio para mí saber de dónde es. El tío es callado como nadie. Habla dentro del campo y los demás asentimos. Pierde muchas veces pero es el pequeño precio de jugar tan hermoso. No hay por qué ganar todas las veces si en la grada la gente te aprecia.

Por debajo, estamos los demás, anónimos que llevamos nuestro nombre escrito en la piel o en la forma de hablar. “Honduras, Honduras, ¡suelta la bola!” “¡¡¡Jamaica, Jamaica, !!! Golazo Jamaica!” “República Popular del Congo, República Popular del Congo!!!” No, menos mal que no tenemos a nadie de este país. Yo soy, por supuesto, España, y a mucha honra estos días. Tengo cierto renombre. Podría decirse que tras los “nominados”, soy un tipo popular en el playground. El sistema implica también que el que llega nuevo organiza un equipo y ficha entre la gente que aún no ha jugado en esa tarde. Yo siempre soy drafteado el primero. Un orgullo.

En el estrato más bajo de esta pequeña mini-sociedad está Kid, el chico al que todo el mundo llama chico porque no merece tener ni nombre ni denominación de origen. Siempre que pierde agarra una papelera y la tira al campo, o tira el balón a la calle. Repetidas veces se le ha dicho que no vuelva pero siempre reaparece, Repatriación de las pachangas debería tomar cartas en el asunto. De hecho, ahora estoy pensando que Kid tiene pinta de africano, es que es mu negro, y no me extrañaría nada que fuera de la República Popular del Congo.

Lo curioso de esta pachanga que no va a ninguna parte y que no pasaría nada si desapareciera de la faz de la tierra, es que está llena de aficionados en los bancos de alrededor. Y siempre son los mismos. Cubanos, colombianos y chinos, principalmente, acuden todas las tardes al campo a ver a sus jugadores favoritos. Y ahí tienes a un chino, al lado de un cubano, comentando la jugada y lo bueno que es Jessie. Todo en inglés. Pero en el fútbol, cuando se insulta, se hace en español, como bien sabe el bueno de Hristo. Así que si alguien falla una bola clarísima, y éste suele ser Honduras, el chino se desgañita y comienza a gritar: “¡¡¡Puta, puta!!!” Un chino es algo mu complejo. Un chino en Chinatown más. Pero un chino rodeado de fútbol y de futbolistas de veinte nacionalidades distintas, es una locura. Bendita locura.

Retrospector

A lo rayuela (copyright by Elena):

UN PAR de noches antes de la lluvia… Un par de noches después de Ciao (Chochín), Primo Dani y yo habíamos quedamos de nuevo con The Lawyer (el abogado del Mar Menor). La situación en sí me obliga a preguntarme, ¿por qué? Es lo mismo que le pasa a Álex de la Iglesia con las grandes superficies, las odias y las amas. Las repudias tanto como ganas tienes de frecuentarlas de nuevo. Como el último cigarrillo. Venga, Dani, última vez que quedamos con él ¿vale? Hecho.

Calle 23 con la 8Ave, propuesto por él. Me pregunto, y le pregunto: “No querrás que vayamos al Turntables on the Hudson / The frying pan?”

- No, no, qué va, este sitio está en el Este.
- ¿Seguro? Que en el este no hay ná a esa altura. No me preguntes por qué, pero lo sé.
- Que no que no, fijo. Que soy un abogao de prestigio.

Seis mensajes después, me doy por vencido. Al final, lo que él quería ir es al Frying pan, un bar que prácticamente regenta un servidor.

Sin embargo, decidimos acicalarnos antes en un bar en la 23 con la 8ª. A un lado de la barra, dos chicas con pinta de putón (ando prejuicioso estos días, lo siento) sacando copas gratis al camarero. Al otro lado, un vejete con cara de entender de béisbol tomando cervezas. No hay color. “¿Qué tal está? ¿Cómo se llama? ¿Está rica la Coors?” El vejete es más majo que los centavos. Javi se lanza. “Usted no tiene pinta de ser de aquí, ¿verdad?” En clara alusión a la más que probable procedencia europea del vejete, llamémosle Dylan. “Eres un joven muy inteligente”, responde Dylan. “Soy de Brooklyn”. “Ahhh, ya lo sabía”, dice Javi. Así, de hecho, se fraguan las fortunas de este planeta, a base de hacer sonar la flauta.

Y se marchan fuera a fumar un cigarro, dando el relevo en la conversación a Steve, un armenio que fue sometido a pruebas alienígenas en Roswell, Nuevo México. Él no lo reconoce, pero Dani y yo lo sabemos. Steve nos quiere. Es que nos quiere. “I love you guys” nos dice mientras mira con un ojo a cuenca y con el otro a Krypton (de donde procede). Steve dice que la mejor cocina del mundo es la vasca. Yo coincido con él. Ya se sabe que no hay nada más grosero que contradecir a un borracho. “I love you, I really love you, guy”. Y mira a Dani, no sea que se sienta menos querido y le dice que también a él le quiere mucho. Los borrachos, no se sabe cómo, tienen amor para dar y regalar. También del fraternal, sí.

Queridos todos, procedemos a conversar con el vejete de algo más de que de amor efímero. Ya no recuerdo si hablamos de Babe Ruth y de los Knicks (me encanta ir cumpliendo tópicos). Lo que sí recuerdo es que Dylan soltó una de las frases más ingeniosas de los últimos tiempos en un bar americano: “Beer is beer”. Joder, luego yo hice un chiste buenísimo en inglés que Dylan me aplaudió pero ya no lo recuerdo. Debió ser cosa del momento.

Javi se pone nervioso. La fiesta del Turntable está llena de italianas y los españoles nos manejamos mal con el catenaccio. Nos vamos o nos vamos. Nos vamos. Mil abrazos con Steve, que nos invita a venir a Nueva York siempre que queramos y un apretón de manos sabio y cordial con Dylan. “Éste es mi bar de compañía. Venid a verme algún día”.

Al oeste por la 23 y llegamos al Frying pan. Para entendernos, el Frying pan es un barco de verdad. En él murieron marineros por disentería, con él se cazaron calamares gigantes… Todas estas cosas de barcos. De hecho, aún tiene los camarotes tal cual eran antaño, un asquito. Allí se celebran las fiestas más cutres: pistas de baile con ambiente de mar o con olor a almejas, nunca se sabe. El barco que está al lado es el Turntable on the Hudson, auténtico glamour a su lado. La fiesta de hoy está organizada por italianos para italianos, más algún latino despistado que se sabe arrimar a la ceboglia.


Y hay cola (s). El aforo de chicos, de hecho, está completo. Ya sólo entran parejas y chicas. Javi, que ha sido invitado por una italiana de su residencia, entra con ella.

Dani me tiene y a mí y yo tengo a Dani. Sonreímos. No cuela. ¿Entramos? No. ¿Cuándo? Ahora no. ¿Luego? Luego. ¿Entramos ya? No. Somos girasoles de la noche bailando alrededor del italiano cabrón que no nos deja entrar. “No vais a entrar. Habéis demostrado muy poca paciencia, la madre de la ciencia”. La madre, la madre… Calla primo, que son italianos.

Sólo quedaba hacer turismo por el Frying pan, completamente vacío. Al primo al menos le gustó la sensación de pasear por un barco fantasma. El eco. Los camarotes. La sensación de alta mar muchos años atrás. La brisa marina en… “¿tenéis papel???”
- ¿¿¿Qué???
- ¿Que si tenéis papel?
- Pero, pero, cómo sabéis que somos españoles?
- Como no estábais en la fiesta… Tenéis papel?- no, no, lo siento.

Surrealista.

Así las cosas, bajamos hasta la calle 14. El Meat Packing. El barrio de la carne. Y posamos nuestros culos en un bar a 7 dólares la cerveza y tú decides si me dejas propina por sacarla de la nevera, chato. Pues va a ser que no.

Por el mismo precio, le pedimos consejo sobre algún bar menos elitista (= más barato, hostias). Es que nos da igual que nos pongas el posavasos y que ésa del fondo lleve un vestido de Stella Macartney, queremos la cerveza a cinco dólares y el resto pues como sea. Pues vete a tu puta casa chato, que este no es el barrio, dice camarera 1. Camarera 2, más maja, nos indica un bar a la vuelta más tosco (more tosk).

Vamos pallá, primo, que ahí se cuece algo americano. En efecto, el bar es yankee a más no poder. Las chicas han tomado la barra y bailan sensualmente delante de tipos que podrían ganar millones de dólares con sólo hacer una llamada a su broker de Hong-Kong. Sin embargo, prefieren estar en este lugar, embelesados por las chicas Coyote. Ésa es, en esencia, la historia colectiva que bulle en las cabezas de los allí presentes: el alcohol ha hecho estragos. La realidad es que el reparto de los Simpson en el bar de Moe se ha congregado alrededor de la barra a ver si se transparenta algo de chicha con la luz de neón del techo. Pero no. Primo Dani y yo nos echamos una partida de billar con un indio (no aficionado al atleti), una chica gordita y un jugador profesional de billar que les asesora en cada jugada. Cuando estábamos a punto de ganar, el profesional se entrometió y las metió todas del tirón. Por entonces nos llegó el mensaje de Javi: “estamos al fondo del barco a la derecha”. ¿Pero quién quiere italianas a la deriva borrachas como cubas cuando estás con la familia jugando al billar con un indio? Yo.

La noche acaba en Bleeckers en un bar de nombre incierto. Cogemos un taxi (el taxi nos cogió a nosotros) y nos fuimos para casa. A los 10 dólares de bandera, y habiéndome asegurado de que habíamos pasado el puente que lleva a Brooklyn, le digo al chino: “ehhh, el del volante, puedes ir parando cuando a llegue a 10 dólares?, que es que no tenemos más dinero…” Frenazo en seco, varias palabrotas en inglés mandarín, en medio de las cuales se entendía: “así que no me vais a dejar propina, eh, propina, eh, tres delicias, propina…”

Primo, el taxista de esa noche era chino ¿verdad?
Sigh.