[el que tira del carro] [como ayer raúl]
ENTRE LAS muchas cosas agradables y biodegradables que me han sucedido este fin de semana, me quedo con lo del carrito.
Estando Wendoline insoportable, dado que se ha dado cuenta de que lleva ochocientas lunas sin pillar cacho, salí de casa muy ufano por el sólo hecho de salir de casa. Lo de la Güendo no viene al caso para la historia pero necesitaba decirlo. Luego también he explotado con Maryline, pero sólo porque rima con la susodicha.
Será que estaba tan feliz por respirar aire libre o poco intoxicado de estupidez humana que me fui paseando a una estación más allá de la habitual, razón por la que… ¡¡¡joder, que he quedado con Maryline en media hora y estoy como a 16 estaciones de metro!!! Como viene siendo habitual, echando hostias por los pasillos del metro.
Recupero unos minutos valiosísimos al meterme in extremis en el tren. Me sé de alguno que no habría entrado por el hueco por el que he entrado yo… En Canal Street, transbordo a la línea 6. Si el metro llega en cinco minutos, puedo estar con la francesa en unos muy dignos diez minutos tarde. Y sí, estamos de suerte. El metro llega inusualmente pronto. Igual llego antes que ella, qué cosas.
Desde aquí lo recuerdo todo a cámara lenta. El conductor del tren viene farfullando, recordaba algo desagradable que le dijo su mujer al despedirle. Una anciana se levanta con dificultades de los asientos de madera. A su lado, más lenta aún, una chica de color coge a su niño con el brazo izquierdo. Mientras, maneja con el derecho el carrito para el bebé. Yo subo al tren mirando la pantalla de mi móvil. Son las 14:12, he quedado a las dos y media, voy de lujo. Anda, si el vagón viene vacío: perfecto, así me siento a mis anchas y descanso de la carrera que me he dado para llegar aquí. Pero me detengo: la chica de color me dice algo: “Heyyy, ¿sabes si este tren llega hasta Times Square…?” Mientras pienso una respuesta, la negrita decide que sí e introduce el carrito. Ella pasa después. Justo en ese momento me doy cuenta de que no: la línea verde no llega hasta allí. “Nooooou, tieeeeeneeees que cogeeeeuuuerr la líneaaa amauuurillaaaaa” (el recuerdo aquí es más intenso aún en cámara lenta). Pero nadie en Manhattan comprende el subway por el color de las líneas: aquí todo son números o letras. Así que, muy lentamente, deletreo las letras de lo que yo entiendo por línea amarilla: ENE-QU-ERRE-UWE DOBLE.
Ahora todo va a toda hostia. La tía reacciona “¡coño no jodas!” y sale del vagón a trompicones. El carrito se queda dentro. Las puertas son dos compuertas llenas de pinchos afilados en una mala película de terror y golpean con fuerza tratando de cerrarse, machaconas. El carrito resiste como puede, inocente, y tiene la ayuda de la madre que trata de frenar las puertas con el otro brazo, y del chico blanco que tiene dos manos pero que no es superman y tiene el carrito obstaculizándole la maniobra. Poco a poco, el carrito va perdiendo su batalla, está más dentro que fuera, el bebé llora, la madre se desespera y yo no tengo fuerza suficiente para poder con las puertas. Querría ser de fuerte como hulk hogan pero solo soy de fuerte como david garcia y veo cómo, por fin, las puertas se cierran y el tren comienza a avanzar, la madre corriendo a su lado, le enseño mi número de móvil a la negra por la ventana, qué gilipollez, ni que fuera a memorizarlo en plan Rain Man, me hace un gesto de no entender, no es un ángel de Charly, le explico en el lenguaje universal de mis manos que la espero en la próxima estación. Todo ha pasado en unos pocos segundos. Yo estoy dentro de un vagón de metro de Manhattan con un carrito de bebé. Tengo tanta pinta de ser padre como Alejo Sauras en Los Serrano. Un sigh enorme. Miro mi estampa. Soy un niño con una mochila y un carrito sin relleno.
Vale. Tienes un minuto para pensar con claridad. ¿Qué haría en esta situación alguien como el Superagente 086? Lo más sensato es parar en la siguiente estación y esperar a la chica. Eso hago. Y si no aparece, les dejo el carrito a los tíos de la estación. Maryline me mata. La espera en el andén se me hace eterna. Un músico callejero canta Here comes the sun, la canción de George Harrison, y me pone de buen humor, me río por mi desdicha. ¿Se va a creer la gabacha toda esta historia?
El siguiente tren llega muy lleno. Y la negrita no está. Esta tía es gilipollas. ¿Qué hago? Nuevo timing: tienes 15 segundos para decidir qué hacer. Decido entrar en el vagón y ganar así otro minuto para pensar con claridad. Ya estoy dentro. ¿Pero por qué me he metido? Yo soy gilipollas. Todo el vagón me está mirando. Normal. Y lo que ven es un chico perdido, podría tener 29 años por la barba de 10 días pero seguro que tiene sólo 24. Lleva un carrito de bebé vacío, pfff, qué desastre, seguro que ha olvidado al crío en la estación anterior. Deberían capar a este tipo de personas. Y no les culpo porque piensen eso. Yo a lo mío, trato de concentrarme. La chica llevaba un bolso en el carrito, busco información, un teléfono, un notebook, algo, no hay nada, solo hay risquetos, la tía come risquetos. Joder con la negra. Qué hago, qué hago, qué hago. En mitad del trayecto hacia Bleecker, aparece otro chico, también negro. Debe de venir pidiendo, habla muy rápido y no le entiendo un mojón. Está nervioso. Mira, yo también lo estoy, le digo, si tú estás en problemas yo más: ¿qué crees que hago con un carrito de bebé en medio de un vagón del metro? Al tío se le ilumina la cara. Heeeeey, esto es lo que la chica negrita me pidió que buscara, me dice. Sí si si, ok, perfecto. Por una parte, no me lo creo, me van a quitar el problema de las manos. Por otra, ¿cómo sé que el tío está haciendo the right thing? No sé si darle el carrito. Para qué hostias va a querer un carrito? Confío en él; en la vida, si no confías en un tipo que viene sudando desde 5 vagones más atrás buscando un carrito de bebé, ¿en quién vas a confiar? Are you sure??? Así que tú se lo devuelves?
Sí, de verdad, me está esperando en canal street. Y no sé si abrazarle o pedirle que me firme el pedido. El tío desaparece y me quedo mirando por la ventana pensativo. Habré hecho yo lo correcto? Tras un rato pensando -ya ni me importa que me miren- vuelvo a mi sitio y miro al vacío. En él, me encuentro la mirada de dos chicas de unos cuarenta años. Las dos me sonríen y me asienten. Y dicen: “has hecho lo correcto. Te llevamos observando todo el rato. Eres un buen hombre.”. Sé que esta aventura no es como descubrir las cataratas del río Zambeze pero siento una especie de orgullo, alegría, alivio, unas ganas de llorar y de reír, la piel se me pone de gallina. Qué estupidez, pienso, mientras ellas siguen hablando: “Nos preguntábamos que haría un chico de tu edad con un carrito vacío… Ahora lo comprendemos todo”.
Yo, mientras, seguía sin comprender nada. No entendía aún muy bien qué es lo que pasa con las casualidades en la vida, con los trenes que coges o los que pierdes, las cosas que olvidas o simplemente abandonas de forma inconsciente. Maravillado por nada, he llegado 25 minutos tarde a mi cita con Maryline, ella con cara de “a ver qué me cuentas esta vez”. No he dicho gran cosa. Le he pedido perdón y he añadido: “Para qué contarte, no me ibas a creer…” Tal vez, simplemente, no me habría comprendido.
Diez minutos después, estábamos comiendo paella gratis en Central Park. Al lado, un músico menos subterráneo rasgaba unas notas en una guitarra. Y eran también “Here comes the sun”. Le he mirado y he creído que me reconocía. Aquí no he podido evitarlo y he echado una lágrima de chico de 29, furtiva, como cuando estás en tu primera cita en el cine y lloras cuando canta Penélope en volver… [siempre fui un sentimental]
[Little darling, it's been a long cold lonely winter... Little darling, it feels like years since it's been here...]
Estando Wendoline insoportable, dado que se ha dado cuenta de que lleva ochocientas lunas sin pillar cacho, salí de casa muy ufano por el sólo hecho de salir de casa. Lo de la Güendo no viene al caso para la historia pero necesitaba decirlo. Luego también he explotado con Maryline, pero sólo porque rima con la susodicha.
Será que estaba tan feliz por respirar aire libre o poco intoxicado de estupidez humana que me fui paseando a una estación más allá de la habitual, razón por la que… ¡¡¡joder, que he quedado con Maryline en media hora y estoy como a 16 estaciones de metro!!! Como viene siendo habitual, echando hostias por los pasillos del metro.
Recupero unos minutos valiosísimos al meterme in extremis en el tren. Me sé de alguno que no habría entrado por el hueco por el que he entrado yo… En Canal Street, transbordo a la línea 6. Si el metro llega en cinco minutos, puedo estar con la francesa en unos muy dignos diez minutos tarde. Y sí, estamos de suerte. El metro llega inusualmente pronto. Igual llego antes que ella, qué cosas.
Desde aquí lo recuerdo todo a cámara lenta. El conductor del tren viene farfullando, recordaba algo desagradable que le dijo su mujer al despedirle. Una anciana se levanta con dificultades de los asientos de madera. A su lado, más lenta aún, una chica de color coge a su niño con el brazo izquierdo. Mientras, maneja con el derecho el carrito para el bebé. Yo subo al tren mirando la pantalla de mi móvil. Son las 14:12, he quedado a las dos y media, voy de lujo. Anda, si el vagón viene vacío: perfecto, así me siento a mis anchas y descanso de la carrera que me he dado para llegar aquí. Pero me detengo: la chica de color me dice algo: “Heyyy, ¿sabes si este tren llega hasta Times Square…?” Mientras pienso una respuesta, la negrita decide que sí e introduce el carrito. Ella pasa después. Justo en ese momento me doy cuenta de que no: la línea verde no llega hasta allí. “Nooooou, tieeeeeneeees que cogeeeeuuuerr la líneaaa amauuurillaaaaa” (el recuerdo aquí es más intenso aún en cámara lenta). Pero nadie en Manhattan comprende el subway por el color de las líneas: aquí todo son números o letras. Así que, muy lentamente, deletreo las letras de lo que yo entiendo por línea amarilla: ENE-QU-ERRE-UWE DOBLE.
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Vale. Tienes un minuto para pensar con claridad. ¿Qué haría en esta situación alguien como el Superagente 086? Lo más sensato es parar en la siguiente estación y esperar a la chica. Eso hago. Y si no aparece, les dejo el carrito a los tíos de la estación. Maryline me mata. La espera en el andén se me hace eterna. Un músico callejero canta Here comes the sun, la canción de George Harrison, y me pone de buen humor, me río por mi desdicha. ¿Se va a creer la gabacha toda esta historia?
El siguiente tren llega muy lleno. Y la negrita no está. Esta tía es gilipollas. ¿Qué hago? Nuevo timing: tienes 15 segundos para decidir qué hacer. Decido entrar en el vagón y ganar así otro minuto para pensar con claridad. Ya estoy dentro. ¿Pero por qué me he metido? Yo soy gilipollas. Todo el vagón me está mirando. Normal. Y lo que ven es un chico perdido, podría tener 29 años por la barba de 10 días pero seguro que tiene sólo 24. Lleva un carrito de bebé vacío, pfff, qué desastre, seguro que ha olvidado al crío en la estación anterior. Deberían capar a este tipo de personas. Y no les culpo porque piensen eso. Yo a lo mío, trato de concentrarme. La chica llevaba un bolso en el carrito, busco información, un teléfono, un notebook, algo, no hay nada, solo hay risquetos, la tía come risquetos. Joder con la negra. Qué hago, qué hago, qué hago. En mitad del trayecto hacia Bleecker, aparece otro chico, también negro. Debe de venir pidiendo, habla muy rápido y no le entiendo un mojón. Está nervioso. Mira, yo también lo estoy, le digo, si tú estás en problemas yo más: ¿qué crees que hago con un carrito de bebé en medio de un vagón del metro? Al tío se le ilumina la cara. Heeeeey, esto es lo que la chica negrita me pidió que buscara, me dice. Sí si si, ok, perfecto. Por una parte, no me lo creo, me van a quitar el problema de las manos. Por otra, ¿cómo sé que el tío está haciendo the right thing? No sé si darle el carrito. Para qué hostias va a querer un carrito? Confío en él; en la vida, si no confías en un tipo que viene sudando desde 5 vagones más atrás buscando un carrito de bebé, ¿en quién vas a confiar? Are you sure??? Así que tú se lo devuelves?
Sí, de verdad, me está esperando en canal street. Y no sé si abrazarle o pedirle que me firme el pedido. El tío desaparece y me quedo mirando por la ventana pensativo. Habré hecho yo lo correcto? Tras un rato pensando -ya ni me importa que me miren- vuelvo a mi sitio y miro al vacío. En él, me encuentro la mirada de dos chicas de unos cuarenta años. Las dos me sonríen y me asienten. Y dicen: “has hecho lo correcto. Te llevamos observando todo el rato. Eres un buen hombre.”. Sé que esta aventura no es como descubrir las cataratas del río Zambeze pero siento una especie de orgullo, alegría, alivio, unas ganas de llorar y de reír, la piel se me pone de gallina. Qué estupidez, pienso, mientras ellas siguen hablando: “Nos preguntábamos que haría un chico de tu edad con un carrito vacío… Ahora lo comprendemos todo”.
Yo, mientras, seguía sin comprender nada. No entendía aún muy bien qué es lo que pasa con las casualidades en la vida, con los trenes que coges o los que pierdes, las cosas que olvidas o simplemente abandonas de forma inconsciente. Maravillado por nada, he llegado 25 minutos tarde a mi cita con Maryline, ella con cara de “a ver qué me cuentas esta vez”. No he dicho gran cosa. Le he pedido perdón y he añadido: “Para qué contarte, no me ibas a creer…” Tal vez, simplemente, no me habría comprendido.
Diez minutos después, estábamos comiendo paella gratis en Central Park. Al lado, un músico menos subterráneo rasgaba unas notas en una guitarra. Y eran también “Here comes the sun”. Le he mirado y he creído que me reconocía. Aquí no he podido evitarlo y he echado una lágrima de chico de 29, furtiva, como cuando estás en tu primera cita en el cine y lloras cuando canta Penélope en volver… [siempre fui un sentimental]
[Little darling, it's been a long cold lonely winter... Little darling, it feels like years since it's been here...]
5 Comments:
A lo mejor no lo he entendido, pero cuando cogiste el tren por segunda vez, en dirección opuesta a la que ibas a coger la primera, para volver a la estación donde habías dejado a la madre, aparece un mendigo que te pide el carrito? Pero si no habíá podido verla, ¿no venía en dirección opuesta? ¿o había hecho el mismo recorrido que tú, un tren más tarde... ¿fallo de guión. Por cierto ¿hoy no publicas?
Chapeau!!!!
Marikas!!!
Hey Diego, qué majo eres, a pesar de los fallos de racord que se me atribuyen. Angeloide, creo que me expliqué mal. Te digo:
Yo siempre fui en la misma línea. Paré la primera vez a ver si doña neggia venía en el siguiente. Pero no lo hice. Así que entré de nuevo. Y ahí un tipo que sí venía en ese tren iba vagón por vagón buscando el carrito. Si te digo la verdad, yo al principio tampoco lo comprendía mu bien.
Pa que veas, no pensaba publicar pero por ti va eso que acabo poner. Y ya de paso me das un consejo que ando algo dubitativo (=indeciso).
Vamos, que tú seguías en la misma línea, sin cambiar de sentido en dirrección a The mother ¿no?. Yo creí que te habías cambiao de Andén en busca de su dueña.
Total, que si no hubiera aparecido el Nigga, tu te alajabas de la mother ¿no?
Sigues siendo impredecible.
A lo mejor te podía haber valido para pasear a Mr. Big, y para alimentarte de Risketos.
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