Chinos vs conquenses
EL OTRO día en el cine, justo al principio de la película, el tío que proyecta me preguntó si la cinta estaba “on focus”. Mitad orgulloso de haberle comprendido, mitad descorazonado por no poder ayudarle, miope como soy, respondí: “No sir, I am who isn´t on focus”. Me miró extrañado, tratando de enfocar con perspectiva la chorrada que acababa de escuchar, y se largó de nuevo a su puesto de trabajo. De nada sirvieron mis espontáneos gritos tras entender lo que le había respondido: “¡¡¡sí, sí, está desenfocado!!!” Esta simple metáfora de la estupidez humana me hizo comprender que tras la visita de mi amigo Diego había de concentrarme en mis clases de inglés. En adquirir algo que, a fin de cuentas, es imposible de-robar. Y allí me paso la mañana, rodeado de una legión de chinos, japoneses, taiwaneses y demás panda oriental. Se les reconoce, principalmente, porque todos llevan un diccionario electrónico. Ojos rasgados y otros rasgos fisiológicos aparte, se les conoce por su infinita paciencia para aprender un idioma imposible. Si existiera el marciano, sería más sencillo para ellos. Personalmente, esta gente me genera una mezcla de gruesa simpatía y de compasión lingüística: me es imposible entenderlos. Así que, principalmente, nos sonreímos.
Ahí tienes a Tim, chino, en mitad de un juego en clase, en una especie de tabú descafeinado, tratando de explicar la palabra Tabú “tennis”. Pero Tim no sabe cómo hacerlo. Se queda un minuto de reloj Made in Hong-Kong mirando la palabra hasta que al fin dice: “HUM”, y ríe. No es una carcajada, es una risa ahogada, pero de lo más contagiosa. Luego mira a la clase y tras otros treinta segundos, DOBLE HUM. Y vuelve a reír, ahora con más fuerza. El tipo lo está pasando realmente mal y aún así está consiguiendo uno de los gags involuntarios más divertidos que he visto en un oriental, y he visto unos pocos. Por fin, y tras balbucear un par de I cannn’t y de I donnn’t, se le enciende la inteligencia idiomática. Una idea ha surgido. La maquinaria industrial china se ha puesto en marcha. Son los mismos genes que han construido la presa sobre el río Yangtse, y Tim los comparte. Tras noventa segundos de lucha entre el hombre y la lengua, dice: BALL. Mis genes han salido también por donde menos se esperaba y he hecho trampas: TENNIS? El papel se transparentaba y he decidido echarle un cable.
Sin embargo, poco a poco, la revolución china, hablando por hablar de alguien, se va consumando. Como todas las buenas revoluciones, se fragua desde dentro del sistema. Algo parecido sabían los kamikazes del 11-S: agarrando la bestia por los cuernos podrían echarlo abajo. Pero se quedaron en el croquis. No se derroca a nadie a cabezazos. Lo saben los negros y lo sabe Zidane. Los chinos, milenarios en el arte de crecer como cultura (milenarios en el arte de aprender otros idiomas) han situado su pequeño imperio en Chinatown, un poco por encima del Financial District, y van arañando esquina a esquina subiendo hacia el Uptown, pero mirando muy de reojo a Wall Street, como en una sombra chinesca, mecida por una música divertida y juguetona, pero letal. Los mapas de las guías delimitan Chinatown por debajo de Houston Street y, sin embargo, si medimos su nivel de conquista por la escritura china en los muros de las calles, en las casas, tiendas y restaurantes, Chinatown está pasando a ser China City. O Big China, una vez que casi se han merendado Little Italy.
Y así, año tras año, van dejando el camino abierto a nuevas generaciones. En la zona del East Village la transición se va haciendo evidente y los caracteres mandarines van mutando a letras del alfabeto romano con ciertos rasgos achinados, como dejando el lienzo a medio construir, esperando a que alguien recoja el testigo.
Mientras tanto, nos sonríen con inocencia y no saben qué decir a cada momento: cuidado, solo están maquinando su nuevo golpe de efecto, el nuevo inmueble que van a ocupar, dónde tirar la nueva simiente.
Por fin, el humo del salón se va disipando y desde mi habitación alcanzo a ver a Jeremy en el fondo. Él también sonríe, como los chinos, aunque no maquina nada. Sólo trata de recordar cuál es mi nombre. La fumada es de primera, cualquiera diría que viene de un fumadero de opio (en Chinatown). A mí el colocón inducido también se me va bajando y, simplemente, creo comprender la verdadera revolución china: la del trabajo. Algo en lo que yo, de momento, no estoy muy focus. J
PS. Qué ilusión ver el domingo que la portada de Travel en el Times iba dedicada a… ¡¡¡Cuenca!!! Y me acordé de cuando mi hermana estudiaba allí, de las Casas Colgantes, de no sé qué Museo Abstracto, del frío que compartimos los abulenses con ellos, del Vete a Cuenca, de Manolo Lama, del Carrusel, de la Liga Fantástica, de mis amigos…
Ahí tienes a Tim, chino, en mitad de un juego en clase, en una especie de tabú descafeinado, tratando de explicar la palabra Tabú “tennis”. Pero Tim no sabe cómo hacerlo. Se queda un minuto de reloj Made in Hong-Kong mirando la palabra hasta que al fin dice: “HUM”, y ríe. No es una carcajada, es una risa ahogada, pero de lo más contagiosa. Luego mira a la clase y tras otros treinta segundos, DOBLE HUM. Y vuelve a reír, ahora con más fuerza. El tipo lo está pasando realmente mal y aún así está consiguiendo uno de los gags involuntarios más divertidos que he visto en un oriental, y he visto unos pocos. Por fin, y tras balbucear un par de I cannn’t y de I donnn’t, se le enciende la inteligencia idiomática. Una idea ha surgido. La maquinaria industrial china se ha puesto en marcha. Son los mismos genes que han construido la presa sobre el río Yangtse, y Tim los comparte. Tras noventa segundos de lucha entre el hombre y la lengua, dice: BALL. Mis genes han salido también por donde menos se esperaba y he hecho trampas: TENNIS? El papel se transparentaba y he decidido echarle un cable.
Sin embargo, poco a poco, la revolución china, hablando por hablar de alguien, se va consumando. Como todas las buenas revoluciones, se fragua desde dentro del sistema. Algo parecido sabían los kamikazes del 11-S: agarrando la bestia por los cuernos podrían echarlo abajo. Pero se quedaron en el croquis. No se derroca a nadie a cabezazos. Lo saben los negros y lo sabe Zidane. Los chinos, milenarios en el arte de crecer como cultura (milenarios en el arte de aprender otros idiomas) han situado su pequeño imperio en Chinatown, un poco por encima del Financial District, y van arañando esquina a esquina subiendo hacia el Uptown, pero mirando muy de reojo a Wall Street, como en una sombra chinesca, mecida por una música divertida y juguetona, pero letal. Los mapas de las guías delimitan Chinatown por debajo de Houston Street y, sin embargo, si medimos su nivel de conquista por la escritura china en los muros de las calles, en las casas, tiendas y restaurantes, Chinatown está pasando a ser China City. O Big China, una vez que casi se han merendado Little Italy.
Y así, año tras año, van dejando el camino abierto a nuevas generaciones. En la zona del East Village la transición se va haciendo evidente y los caracteres mandarines van mutando a letras del alfabeto romano con ciertos rasgos achinados, como dejando el lienzo a medio construir, esperando a que alguien recoja el testigo.
Mientras tanto, nos sonríen con inocencia y no saben qué decir a cada momento: cuidado, solo están maquinando su nuevo golpe de efecto, el nuevo inmueble que van a ocupar, dónde tirar la nueva simiente.
Por fin, el humo del salón se va disipando y desde mi habitación alcanzo a ver a Jeremy en el fondo. Él también sonríe, como los chinos, aunque no maquina nada. Sólo trata de recordar cuál es mi nombre. La fumada es de primera, cualquiera diría que viene de un fumadero de opio (en Chinatown). A mí el colocón inducido también se me va bajando y, simplemente, creo comprender la verdadera revolución china: la del trabajo. Algo en lo que yo, de momento, no estoy muy focus. J
PS. Qué ilusión ver el domingo que la portada de Travel en el Times iba dedicada a… ¡¡¡Cuenca!!! Y me acordé de cuando mi hermana estudiaba allí, de las Casas Colgantes, de no sé qué Museo Abstracto, del frío que compartimos los abulenses con ellos, del Vete a Cuenca, de Manolo Lama, del Carrusel, de la Liga Fantástica, de mis amigos…
2 Comments:
Así me gusta, jus, tocahuevos pero leyéndome. jueves. Habrás salido, sin mí... Waldorf, estudias no? Sorry. Cada uno con su lacra, la mía lleva nombre de hamburguesa...
Así me gusta, jus, tocahuevos pero leyéndome. jueves. Habrás salido, sin mí... Waldorf, estudias no? Sorry. Cada uno con su lacra, la mía lleva nombre de hamburguesa...
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