Friday, August 04, 2006

Mis colegas mis colegas

DE MUERTO nada. Este perro está muy vivo. A pesar del calor y a pesar de la marcha de Wendy. Sí, dos días jodido y lo que quieras: el tiempo que se tarda en olvidar a la chica de la playa, dos peces de hielo en un whiky con soda, ¿acaso hay algo que no pueda remediarse con dos lingotazos? De hecho, anoche le emborrachamos con dos culines de cerveza. Hoy se ha levantado con algo de resaca pero ya no se acuerda de Wendy, ni aúlla cuando comienza Sexo en nueva York, ni cuando ponemos Bjork. Este perro está muy vivo y hay que seguir alimentándolo.

Así que la vida sigue. Con Wendy y sin ella. Y hay que darle de comer al chihuahua, de beber, jugar con él, tirarle cosas, volver a tirárselas (¿cuánto tiempo seguido puede un perro jugar a esto?), pasearle, y, por supuesto, recoger su caca. “Nooooooo, uy pobre, pero si echa nada de nada”, Wendy said. “¿Lo mismo que si echara dos moquitos?”, bromeé yo. “Jajajaja, sí, sí, dos boogers de nada”. Joder, pues entonces es que Mr. Big tiene un catarro de cojones. Me mira. Sabe que yo soy el que ahora recoge la caca. Y la verdad, no sé si eso significa que él está por encima de mí en la jerarquía de esta casa o por debajo. Supongo que la correa la llevo yo. Y él los pantalones. Como en todas las relaciones que conozco.

Más o menos, ya me he hecho a su rutina. Por las mañanas, cuando Jeremy se va a servir donuts en el Dunkin, Mister Big patea mi puerta hasta que me despierta. Maldita la gracia que me hace, pero no sé cómo se le quita una manía a un perro. Abro la puerta y se echa en mi cama a dormir. Para la edad que tiene (dos=14), ya iba siendo hora de que durmiera solito. Digo.

Nos levantamos, me lavo la cara, cojo las dos benditas bolsas de plástico y salimos a la calle. Es esencial oler cada cosa con forma de falo para luego mear encima o no. Me pregunto cómo puede oler algo en medio de esta ciudad tan pútrida. Sobrenatural. Tras tres meaditas, no suele fallar, caca. Esto, para mí, es asqueroso. Tiene que cagar en movimiento, juntando las cuatro patas, que parece que esté echando una yegua por el culo. Sé que no es algo digno de emitir en el Nacional Geographic pero para mí es como si grabaran a dos murciélagos follando. Pero si es asqueroso a la vista, lo es más al tacto. Lo de la bolsa es que me mata. A veces lo hago mal y iiiiiiiiii, casi toco el moco de Míster big. Venga, lo peor ha pasado. Seguimos caminando y, mientras trato de pensar en flores y amanitas, el perro se para y come una cosa rosa que se ha encontrado en el suelo. Deprimente. ¿Cómo le hago que lo escupa? Mira, yo no ahí no meto la mano. Si se muere, lo replazo, como la marihuana de Wendy.

Volvemos a cagar, ¿¿¿nos quedan bolsas??? Sí, sí, queda una. Mientras acometo mi acción de civismo del día, un hombre con su hijo me espolea: “Good job man, good job, a ver si entre todos tenemos limpia esta asquerosa ciudad”. Y el niño, mientras: “cuando sea mayor quiero tener uno como ese”. Se me han ocurrido tantas cosas para responder sobre un perro como ese que me he atragantado.

En casa, ya a la vuelta, ahora mismo, mientras escribo estas palabras, Mr. Big se sienta a mi lado y se da la vuelta, como una cucaracha agonizando. Y de verdad me entran ganas de espolvorearle con el matamoscas pero se supone que tengo que acariciarle. Su barriga es algo así como lija en aleación con nanas así que no me apetece mucho play “belly rub” con él, uno de los juegos favoritos de Wendy. Pero es que si no, no cambia la posición. Y ahora, de verdad, el sentido de la vista vuelve a ser desagradable. Las razones, obvias.

Ésta es mi relación más reciente en Nueva York: con un chiuahua castrado que cada vez que pienso en él o escribo sobre él me salen cincuenta arrugas en la cara. Y sin embargo, me es entrañable (recuérdese la raíz de la palabra: viene de entraña).

El que lleva mal la suya es Jeremy. Echa muuuuuucho de menos a Jay y está muyyyyyyyyyyyy enamorado. Cuenta los días que le quedan para ir a verla a Cleveland, y, mientras tacha horas en la pared como un recluso, engulle todo tipo de cervezas hasta que finaliza el día. “Es mi medicación”, dice. “Es mi dedicación”, le digo, en clara referencia al hobby que comparto con mis amigos españoles. Tampoco tengo otros, todo sea dicho (amigos, no hobbies).

Y es que esta semana ya me había decidido a echarme unos colegas foráneos en la Escuela. De hecho, cada tarde me ofrecen un plan: Brooklyn, Empire, Fantasma de la Ópera, una estúpida discoteca en la que bebes cerveza mientras montas en patines (no sé hacer bien ni lo primero ni lo segundo), etc, etc. Y claro, me ven entusiasmado y con ganas de vivir locamente Nueva York. Así que constantemente me animan a ello. Pero siempre los rechazo. “No puedo”, les digo, “tengo un perro”. Y vuelvo a Hewes Street Station donde, ya en casa, Mr. Big me espera vivito y coleando, pronto ha olvidado quién fue Wendy S, aquella chica con la que se daba el lote.

Tras tomar una dosis con Jeremy y jugar un poco con Mister Big: Miami Vice, estreno en cines en España hoy, precisamente. Si alguien va a verla que me la cuente que no me he enterado de mucho. Me interesaba más el público que la pantalla, a decir verdad. Ha sido curioso. He llegado de los primeros a la sala y mientras leía el New York Post (algún día hablaré de por qué èste periódico cuesta 25 centavos), observaba con cautela cada tipo, pareja o trío que llegaba al teatro. Y... un negro. Otro negro. Negro y negra. Negrito, negro, negra. Familia negrita. Renegrito. Blanco y blanca. Ah, no, se van, esto no es Super Ex Girlfriend. Negros, negros, negros. Más negros que un instituto (jaja, lo siento). Nueve negros en un trigal. Otros tres más. Si hubiera traído a mi abuela a este cine me la monta, menos mal que no le gustan las películas de acción. Dos negras. Joder qué negras. El Negro. Al final, y con los trailers (6) finalizando, han llegado una pareja blanca y una especie de blanca con otro negro. No es que estuviera asustado ni nada, ni asqueado, por supuesto, nada de eso, pero me ha extrañado muy mucho esta selección natural para ver una película que, opino, no es de blancos ni de negros. Bueno, pues luego todo este público no ha parado de “interactuar” con Miami Vice. Cada muerto, cada balazo, cada onza de vísceras, era vitoreado, aplaudido, gritado, chirriado y ovacionado por la multitud. La peor con creces era la negra con voz de Whitney Houston a mi lado. Pero Whitney, joder, si sabes que a ése se lo cargan fijo, ¿¿¿por qué hostias tienes que pegar ese grito??? La peli es de Michael Mann, no está mal, creo, tiros y eso, algo de intriga necesaria en las escenas de acción, un par de trucos de guión muy interesantes. Vale. Pero no es precisamente el neorrealismo italiano en imágenes. No es cómo si se estuvieran cargando a tu vecino de enfrente estando tus hijos delante.

He pensado mucho durante mis dos horas de vuelta a casa sobre esto. Precisamente, por eso han sido dos horas de vuelta a casa, me he perdido. Y he coincidido conmigo mismo en que los negros viven más el momento. Conclusión semejante tiene mucho de peligroso. Por ello, no puedo comentar qué conclusiones secundarias he obtenido partiendo de esta premisa. Seguiré pensando en ello mientras pierdo trenes nocturnos. Mientras paseo a Mr. Big. Y, por supuesto, lo debatiré con mi amigo de medicinas Jeremy. Uno no español, dicho sea de paso.

1 Comments:

Blogger Unknown said...

Que sepas que pensé en ti todo el tiempo al escribir esto, amigo. y Mister Big y yo somos ya casi como hermanos!!! Podíais poner una web cam en tu boda tío. Sniff...

12:17 PM  

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