Belleza y poder
VOY A contar la noche en la que casi me muero de aburrimiento con 150 dólares en los bolsillos.
Cervezas con Jeremy. The Who, Radiohead y los Jefferson Airplane de fondo, hasta parece que sé de música. Vivo en Brooklyn pero he quedado en la otra punta de Manhattan en menos de 19 minutos. Aún así, sólo llego 7 minutos tarde. Mi colega de farra, Javi, murciano, abogado dueño de su propio gabinete, llega veinte minutos tarde. Españoles.
A él le apetece picar algo antes de tomar unas copas. A mí también. Perfecto. El primer sitio que vemos no es precisamente un Macdonalds. "Markt", un restaurante cuya especialidad son las clavadas y las gambas, cinco gambas para ser honestos. O exactos. Además, Paté y ensalada de endivias, que pido en un correcto francés al camarero gay. El nombre del plato viene en la carta pero sirve para impresionar a Javier. Mal hecho. Él contraatacará durante toda la noche en una lección constante de Belleza y Poder. El vino, un rose, “Peregrino”. “Qué dices, tío, este vino tiene que saber a Don Simón”, me espeta el abogado, “sólo vale 10 dólares!”
“No”, aclara el gay, un griego, curiosamente, llamado Costa, “10 dólares el vaso. La botella sale a 40 más o menos”. Eso ya es otra cosa. Sírvala, por favor. Dicho y hecho, con el parapeto correspondiente. Cuando pagas 40 dólares por una botella de vino siempre te encanta que lo pongan en el recipiente fálico con hielos para botellas caras.
Durante la cena, Javier pide constantemente a los camareros que nos rellenen las copas de vino. “Para eso están”. La conversación discurre, de hecho, por esos derroteros. Yo pago, tú sirves. No me importa gastar dinero, pero no me gusta que me tomen por tonto. Dinero, dinero, dinero. Palabras, palabras, palabras. Me comenta que el otro día invitó a una botella de champagne impronunciable a unas españolas en una discoteca. Un cargo de cien mil pesetas. ¿Ya sería menos? No, no lo creo. Al día siguiente las tías no le avisan para ir a una misa en Harlem, algo que constituye para él un evidente signo de falta de inteligencia. La frase, diossss, ¿por qué no la apuntaría?, fue maravillosa. Algo así como “estas tías es que son retrasadas, no retrasadas de idiotas sino de gilipollas. Aprovéchate de mí. Joder, gasta mi dinero, pero hazme un poco la pelota”. Amos, el discursito de Richard Gere en Pretty Woman protagonizado por un español. Nuestro verdadero sueño.
Es la hora de la cuenta. Todo apunta a que va a ser cosa de una sola persona. El que desenfunde más rápido con su VISA paga. El picapleitos y yo nos miramos a los ojos, nos tocamos los bolsillos, sudor… Hey, hey, ¿¿¿dónde está mi VISA??? Javier gana y paga la cuenta. Uff. Además, suelta 20 dólares de tip y le pregunta al gay (según él era gay. Y sí, era gay): “¿Esta propina es para ti o va para todos los camareros?” De hecho, va para todos los camareros. “Vale, pues toma estos 10 dólares para ti, por majo”. Tú pagas, no te voy a discutir ni un céntimo.
La verdad, el camarero ha sido muy eficiente y nos ha recomendado un par de discotecas de la zona, el Meat Packing District, ya hablaré otro día de este interesante barrio. Así que vamos a "Lotus" a primera hora. Tiemblo, me toca pagar. Hay cola. La primera inspección la pasamos ahí ahí. Yo voy con camisa a cuadros, correcto, sin más. Javier lleva una camisa pasable… si le miras a la cara. Si te das la vuelta, tiene una diana estampada en el lomo. En fin. Gracias a dios, estas inspecciones visuales se realizan solo por la cara A, por detrás ya puedes llevar serigrafiada una foto de los cuñaos que les va a dar igual. Segunda prueba: ID’s, fácil. Tercera prueba: esperáis la cola. Uyyyyy, por aquí Javi no pasa. Acostumbrado a Gavana (es con uve?) como está, no le gusta de-esperar colas. Se acerca al portero y en voz baja y sensual le comenta nuestras intenciones: coger una mesa y gastarnos mucho mucho dinero en champagne. Por una parte, me entra vergüenza ajena pero por otra me acojono, ¡me toca pagar a mí! “Amigo”, le dice el bouncer, “gástate lo que quieras cuando estés dentro, pero ahora esperas la cola”. Cuarto de hora después, toca pagar. Hagamos esto lo más rápido posible. Vale, no tanto. ¿¿¿60 dólares??? ¿Y nos dais unos cacahuetes o algo? Sí, claro, este precioso flyer para que nos hagas publicidad. Las bromas son previsibles. Por 60 dólares seguro que blablabla…
Y dentro el garito está bien. Lo que esperas, al menos, de un sitio por el que pagas 60 dólares por entrar. Niñas monas y de diferentes nacionalidades (fundamental) y ronda de copas que el Adarve (Ávila), Pachá (Madrid) o toda la calle principal de Puerto Banús a su lado es como ir de tapeo por Granada. Una vez dentro, lo más reseñable fue lo de esta chica india con nombre de arroyo de la montaña pero sin punto en la frente. Se acerca a mí, me coge las manos y me da un abrazo. Sin mediar palabra. Yo trato de ponerle los puntos sobre las íes. “Ehhhh eh eh, qué haces?” Reacción sorprendente en mí, la verdad. Me dice que darme un abrazo, que necesita un abrazo y que me ha elegido a mí para dármelo. “Mira, si yo hago lo mismo, me están deportando ahora mismo tras tus gritos y denuncia posterior”. “Puede ser”, contesta, “pero yo estoy muy buena”. Ya, yo no. Y la verdad es que ella sí. Y luego, ni caso. Me ha utilizado. Ha obtenido de mí el abrazo y no ha vuelto a hablarme. Soy un objeto pseudo-sexual.
Y bueno, más cosas, más dinero, más rondas de copas a 30 dólares, una pelea, una chica a la que se le cae el móvil por la calle y a la que llamamos hasta 10 veces sin darse la vuelta, luego, avergonzada, nos pide perdón y nos da un abrazo (y van dos). Javi, crapulilla, insiste, y antes de que ella se vaya en taxi, se besa con la no-susodicha.
El caso es que llevo casi 100 líneas hablando de mi noche y, aún así, tengo un pesado sentimiento de noche aburrida. ¿Será que pides con vehemencia una noche de desenfreno si te gastas tanto dinero? Desde luego, no tiene por qué ser sinónimo de. Así que en estas noches de vacío y copas con Don Vacío es cuando comienzas a experimentar aquello por lo que viniste a Nueva York, que es más o menos, aparte de vivir esta ciudad y aprender algo de inglés, comprender la maravilla de vida que tienes donde vives, la maravilla de gente que te rodea y las maravillosas cosas que te pasan cada día, y esto no tiene por qué significar “vivir una vida diferente cada día”.
Por cierto, es sábado, son las diez y me voy de nuevo de copas con el abogado de Murcia. Es sólo para echar más de menos aquello ¿vale? De fondo suena el "Sympathy for the devil" y me parece una canción perfecta para acompañar este post. Para comenzar la que, probablemente, será la noche en la que me muera de aburrimiento con 150 dólares en los bolsillos...
Cervezas con Jeremy. The Who, Radiohead y los Jefferson Airplane de fondo, hasta parece que sé de música. Vivo en Brooklyn pero he quedado en la otra punta de Manhattan en menos de 19 minutos. Aún así, sólo llego 7 minutos tarde. Mi colega de farra, Javi, murciano, abogado dueño de su propio gabinete, llega veinte minutos tarde. Españoles.
A él le apetece picar algo antes de tomar unas copas. A mí también. Perfecto. El primer sitio que vemos no es precisamente un Macdonalds. "Markt", un restaurante cuya especialidad son las clavadas y las gambas, cinco gambas para ser honestos. O exactos. Además, Paté y ensalada de endivias, que pido en un correcto francés al camarero gay. El nombre del plato viene en la carta pero sirve para impresionar a Javier. Mal hecho. Él contraatacará durante toda la noche en una lección constante de Belleza y Poder. El vino, un rose, “Peregrino”. “Qué dices, tío, este vino tiene que saber a Don Simón”, me espeta el abogado, “sólo vale 10 dólares!”
“No”, aclara el gay, un griego, curiosamente, llamado Costa, “10 dólares el vaso. La botella sale a 40 más o menos”. Eso ya es otra cosa. Sírvala, por favor. Dicho y hecho, con el parapeto correspondiente. Cuando pagas 40 dólares por una botella de vino siempre te encanta que lo pongan en el recipiente fálico con hielos para botellas caras.
Durante la cena, Javier pide constantemente a los camareros que nos rellenen las copas de vino. “Para eso están”. La conversación discurre, de hecho, por esos derroteros. Yo pago, tú sirves. No me importa gastar dinero, pero no me gusta que me tomen por tonto. Dinero, dinero, dinero. Palabras, palabras, palabras. Me comenta que el otro día invitó a una botella de champagne impronunciable a unas españolas en una discoteca. Un cargo de cien mil pesetas. ¿Ya sería menos? No, no lo creo. Al día siguiente las tías no le avisan para ir a una misa en Harlem, algo que constituye para él un evidente signo de falta de inteligencia. La frase, diossss, ¿por qué no la apuntaría?, fue maravillosa. Algo así como “estas tías es que son retrasadas, no retrasadas de idiotas sino de gilipollas. Aprovéchate de mí. Joder, gasta mi dinero, pero hazme un poco la pelota”. Amos, el discursito de Richard Gere en Pretty Woman protagonizado por un español. Nuestro verdadero sueño.
Es la hora de la cuenta. Todo apunta a que va a ser cosa de una sola persona. El que desenfunde más rápido con su VISA paga. El picapleitos y yo nos miramos a los ojos, nos tocamos los bolsillos, sudor… Hey, hey, ¿¿¿dónde está mi VISA??? Javier gana y paga la cuenta. Uff. Además, suelta 20 dólares de tip y le pregunta al gay (según él era gay. Y sí, era gay): “¿Esta propina es para ti o va para todos los camareros?” De hecho, va para todos los camareros. “Vale, pues toma estos 10 dólares para ti, por majo”. Tú pagas, no te voy a discutir ni un céntimo.
La verdad, el camarero ha sido muy eficiente y nos ha recomendado un par de discotecas de la zona, el Meat Packing District, ya hablaré otro día de este interesante barrio. Así que vamos a "Lotus" a primera hora. Tiemblo, me toca pagar. Hay cola. La primera inspección la pasamos ahí ahí. Yo voy con camisa a cuadros, correcto, sin más. Javier lleva una camisa pasable… si le miras a la cara. Si te das la vuelta, tiene una diana estampada en el lomo. En fin. Gracias a dios, estas inspecciones visuales se realizan solo por la cara A, por detrás ya puedes llevar serigrafiada una foto de los cuñaos que les va a dar igual. Segunda prueba: ID’s, fácil. Tercera prueba: esperáis la cola. Uyyyyy, por aquí Javi no pasa. Acostumbrado a Gavana (es con uve?) como está, no le gusta de-esperar colas. Se acerca al portero y en voz baja y sensual le comenta nuestras intenciones: coger una mesa y gastarnos mucho mucho dinero en champagne. Por una parte, me entra vergüenza ajena pero por otra me acojono, ¡me toca pagar a mí! “Amigo”, le dice el bouncer, “gástate lo que quieras cuando estés dentro, pero ahora esperas la cola”. Cuarto de hora después, toca pagar. Hagamos esto lo más rápido posible. Vale, no tanto. ¿¿¿60 dólares??? ¿Y nos dais unos cacahuetes o algo? Sí, claro, este precioso flyer para que nos hagas publicidad. Las bromas son previsibles. Por 60 dólares seguro que blablabla…
Y dentro el garito está bien. Lo que esperas, al menos, de un sitio por el que pagas 60 dólares por entrar. Niñas monas y de diferentes nacionalidades (fundamental) y ronda de copas que el Adarve (Ávila), Pachá (Madrid) o toda la calle principal de Puerto Banús a su lado es como ir de tapeo por Granada. Una vez dentro, lo más reseñable fue lo de esta chica india con nombre de arroyo de la montaña pero sin punto en la frente. Se acerca a mí, me coge las manos y me da un abrazo. Sin mediar palabra. Yo trato de ponerle los puntos sobre las íes. “Ehhhh eh eh, qué haces?” Reacción sorprendente en mí, la verdad. Me dice que darme un abrazo, que necesita un abrazo y que me ha elegido a mí para dármelo. “Mira, si yo hago lo mismo, me están deportando ahora mismo tras tus gritos y denuncia posterior”. “Puede ser”, contesta, “pero yo estoy muy buena”. Ya, yo no. Y la verdad es que ella sí. Y luego, ni caso. Me ha utilizado. Ha obtenido de mí el abrazo y no ha vuelto a hablarme. Soy un objeto pseudo-sexual.
Y bueno, más cosas, más dinero, más rondas de copas a 30 dólares, una pelea, una chica a la que se le cae el móvil por la calle y a la que llamamos hasta 10 veces sin darse la vuelta, luego, avergonzada, nos pide perdón y nos da un abrazo (y van dos). Javi, crapulilla, insiste, y antes de que ella se vaya en taxi, se besa con la no-susodicha.
El caso es que llevo casi 100 líneas hablando de mi noche y, aún así, tengo un pesado sentimiento de noche aburrida. ¿Será que pides con vehemencia una noche de desenfreno si te gastas tanto dinero? Desde luego, no tiene por qué ser sinónimo de. Así que en estas noches de vacío y copas con Don Vacío es cuando comienzas a experimentar aquello por lo que viniste a Nueva York, que es más o menos, aparte de vivir esta ciudad y aprender algo de inglés, comprender la maravilla de vida que tienes donde vives, la maravilla de gente que te rodea y las maravillosas cosas que te pasan cada día, y esto no tiene por qué significar “vivir una vida diferente cada día”.
Por cierto, es sábado, son las diez y me voy de nuevo de copas con el abogado de Murcia. Es sólo para echar más de menos aquello ¿vale? De fondo suena el "Sympathy for the devil" y me parece una canción perfecta para acompañar este post. Para comenzar la que, probablemente, será la noche en la que me muera de aburrimiento con 150 dólares en los bolsillos...
4 Comments:
Comparto tu soledad ahora que Pomar está d vacaciones y tú estás lejos. Parece que txampa qué majas no está on vacances y sigue con sus pps's.
Necesito unas vacaciones.
Sólo me queda tu blog.
Joder txampa pues manda esas qué majas que aki no tengo camello de porno. Y sí tomy, te juro que ando preocupado con ese tema...
rtgf
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