Monday, August 14, 2006

Stingy Weekend

LO DEL perro ya huele. Empieza a apestar en este blog por recurrente. Smelly Dog. Empieza a viciar el aire de mi existencia desde primera hora de la mañana. ¿Este perro vio la final Italia-Francia o lo de abrir puertas a cabezazos le es innato? Empieza a heder en esta casa que da gusto. ¿Dónde cagas, cabrón?

Mister Big se ha incrustado en mi rutina. Hasta duerme conmigo. Preguntas frecuentes: ¿Por qué no cierras la habitación? Porque no le vale un NO por respuesta. Tiene un extraño efecto Memento en su memoria. Después de estar un minuto entero tratando de abrir la puerta, para. Pero para sólo un segundo. Luego vuelve a emprenderla con la puerta otros sesenta segundos. Es el sistema 60-1-60-1. Si no abres se está así hasta que vuelva Wendy.

Por supuesto, dormimos separados. Como aquella vez que dormiste con esa tía y estabas saliendo con tu novia. Ella durmió tapada con la manta y tú dormiste por encima. Claro. Nosotros igual. Hasta que éste comienza a tiritar de frío y le hago una especie de manta suplementaria.

FAQs: ¿Por qué no le bajas al suelo? Por el mismo efecto Memento. Podemos estar toda la noche jugando al juego de yo te bajo al suelo, que cuando apagas la luz yo vuelvo a subir a la cama.

El perro ha de salir a pasear tres veces al día. Y si no caga cuatro veces en ese rato, malo. Muy malo. ¿Qué os voy a contar a los que tenéis perro? Desde el jueves, Mister Big vive sólo conmigo. Sólo me tiene a mí en este mundo. Una en Europa. Otro en Ohio. Yo me quedo el finde para cuidarle en Brooklyn. Preguntas frecuentes: ¿y por eso pagas 600 dólares al mes? Sí, me gustan los perros, ¿qué pasa?

Pero de esas tres veces una ya no es a las nueve de la mañana, nooo. Porque yo no me levanto a esa hora ni para ir a trabajar. Ahora se pasea a las 12, a las 20 y a las 23. A ver qué pasa.

Así que los ratos libres que me deja “esta cosa que es lo que más quiero en el mundo” me voy echando leches a Manhattan. Tras la estupidiaria jornada del jueves, hoy he exprimido la manzana que da gusto. Y todo por cero dólares. Al final me voy a ganar la fama de agarrado por culpa del blog pero gastar cero zapatero en Manhattan durante todo un día es de ciencia ficción.

Primera parada: pick-up (pachanga de fútbol) en Chinatown. Los incrédulos que comprueben la crónica en el New York Times pero lo siguiente es verídico: cinco minutos de pachanga, cojo un balón en el centro del campo, gambiteo como hacía tiempo, regatito Laudrup y disparo cruzado, ¿dónde?, donde pastan las vacas (a césped sintético, vacas sintéticas). Una especie de borracho-público-espontáneo-speaker ha cantado, textualmente: “Golaaaaaaaaaaaaaaaso”. “Pooooower español”, también se ha oído. No marcaba desde el invierno. Crecido como estaba, he asistido de un tazonazo al delantero rival, nos han marcado gol y nos han eliminado. Es un comienzo, al menos.

Cinco de la tarde, los museos del Midtown son gratis o casi gratis. Sueltas tu donación para el museo y entras hecho un mecenas. Vamos, que gratis. Hoy, sin embargo, me sentía in the mood for helping the Internacional Center of Photography. Dos dolarazos. He añadido que sólo tenía tárjeta de crédito, para no quedar mal con un tipo al que no volveré a ver ni con Eterno Retorno. El de delante, un alemán, ha hecho lo mismo.

Unas fotos diminutas de Weegee y una absurda comparación entre un artista contemporáneo y Eugene Atget más tarde, me iba con cara de “me han timado a pesar de haber pagado 2 pavos” cuando me he topado con un fotógrafo coreano llamado Atta Kim que me ha impresionado (era otra exposición, no un turista muy amistoso). Su gusto por las fotos en movimiento tenía su explicación. En el caso de La Última Cena (made in Korea), el artista trata de preguntar al espectador quién fue Jesús, Judas o Pedro. Y lo hace superponiendo varias fotos del mismo personaje. La imagen, de unos 8 metros por 2, impresionaba.



El MOMA los viernes es gratis así que he entrado a beber agua. Cubiertas las necesidades primarias, me encuentro que a mi lado están Hopper y Magritte, Duchamp y Picasso. Tengo media hora, ¿por qué no? Supongo que es la sensación más maravillosa de todo el fin de semana. Disfrutar como un loco de todo lo que un museo puede ofrecerte sin las incomodidades del propio museo, que yo resumiría, simplemente, en hacerte a la idea de ir a visitar al museo. Pero una vez allí, como un regalo, te encuentras lo que no habías ido a buscar. Creo que es de verdad la primera vez que disfruto viendo un cuadro tras otro. Sin la obligación de tener que ver y disfrutar todo, hasta el puñetero arte sunita. Sin ir a esta u otra sala para ver EL CUADRO. Así, uno tras otro, han ido viniendo a mí, y no yo a ellos, salvo en el sentido físico de caminar de sala en sala,

Y la mejor sensación, dentro de la anterior, ha sido este cuadro de Hopper, Night Windows. Se me da muy mal explicar pintura, supongo porque es algo absurdo de explicar. Si fuera por mí, tal vez explicaría este cuadro sin comas. O en el lenguaje de los sordos. Tal vez lo explicaría, si supiera, pintando otro cuadro, pintando como un loco, como Pollock. Pero lo maravilloso es que alguien lo explicó antes por mí. Fue Salinger en El Guardián entre el centeno. Otra maravillosa coincidencia me hizo leer unos minutos antes en el metro un fragmento en el que Caulfield se hospeda en un hotel de pervertidos. Esa pintura es exactamente el fragmento del libro. O mejor dicho, el libro recorre cada sensación de la pintura, pues es posterior a ella.


After he left, I looked out the window for a while, with my coat on and all. I didn't have anything else to do. You'd be surprised what was going on on the other side of the hotel. They didn't even bother to pull their shades down.

El resumen, creo, es que todos llevamos dentro un voyeur. Hay gente que comprende su enfermedad y saca fotos, como yo. Otros la disimulan viendo cuadros en un museo. Leer a Salinger y ver los cuadros de Hopper le alivian a uno de esta incurable y ¿maravillosa? enfermedad… La obrita de teatro -¡gratis!- en Central Park ha finiquitado el día con una sonrisa de oreja a oreja. Ah, y llegando a casa, otro regalo: los quecos que adornan la estación del metro en la calle 14 con la 7 Avenida. A riesgo de ser un poco amanerado diré: “para comérselos” (ya está aquí el amanerado agarrao). Al llegar a Brooklyn, de hecho, ya eran las 00:10. He dado un último paseo al perro y me he puesto a escribir. Un pensamiento ha ido bullendo en mí: el perro no ha cagado. La casa huele rara. La habitación de Wendy abierta. Cuando te temes lo peor, por lo general, sucede lo peor.

Si has llegado leyendo hasta aquí, te mereces un premio en forma de pregunta y respuesta frecuente: And… sex in the city? No, in the room…

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